Eric
Sebastian Meza Chávez.
Universidad
Nacional Mayor de San Marcos.
RESUMEN
En el
presente trabajo se esboza una pequeña biografía sobre este muy conocido
personaje: Agustín de Hipona. Abordaremos distintos aspectos de su vida, y más
aún su producción intelectual. Siendo Obispo de Hipona, fue un ferviente
defensor del cristianismo quien en su obra La
Ciudad de Dios propone una defensa hacia esta cultura. Se tomará como
fuente su obra autobiográfica Confesiones,
junto con el análisis de otras obras pertinentes para su estudio.
¿Quién pudiera hacer que yo
me acuerde de los pecados de mi infancia?, porque nadie está limpio de pecado
en vuestra presencia, aunque sea el infante recién nacido, que hace un solo día
que vive sobre la tierra.[1]
Agustín
de Hipona nace el 13 de noviembre del 354 d.C. en la localidad de Tagaste, en
la actual Argelia africana. Hijo de madre cristiana, Santa Mónica, y de padre pagano; tuvo una infancia como la
de casi cualquier otro pequeño sobre la Tierra:
“Después
también comencé a reír; primeramente mientras estaba dormido, y después también
reía mientras estaba despierto. Así me lo han contado, y yo lo he creído,
porque lo mismo vemos en los otros niños; pues yo no me acuerdo de estas
cosas.” (Agustín de Hipona; 1983:30).
O
también podemos deducir que era un niño engreído que llora cuando no obtiene lo
que desea:
“Y
cuando no me daban los gustos que pedía, o por no haberme entendido, o porque
no me hiciese daño, me indignaba con mis mayores porque no me obedecían, y con
las personas libres porque no me sujetaban y servían, y me vengaba de todos con
llorar.” (Agustín de Hipona; op. cit.)
Luego
aprendió a hablar, llegó a la niñez y fue enviado a la escuela[2]de su ciudad natal de
Tagaste alrededor del 361, en donde conoció otros niños, tuvo lo que él llama
el “amor al juego” y sufrió azotes por parte de sus profesores si es que no les
obedecía. De los cuales, según Agustín, algunos eran cristianos pues invocaban
a Dios y se encomendaban a él; podemos deducir que su madre -Santa Mónica- y
sus profesores influenciaron en Agustín los preceptos cristianos desde temprana
edad. Durante su etapa escolar en la primaria no fue muy aplicado debido a,
como se mencionó líneas arriba, le gustaba jugar y por esto sufría azotes: “Porque
a mí no me faltaba memoria ni ingenio, pues Vos, Señor, me lo disteis muy
suficiente aquella edad; pero gustaba del juego, y por él me castigaban los que
tenían el mismo gusto y ejecutaban lo propio.” (Agustín de Hipona; op. cit.:
36). Entonces vemos a un niño que sabía de sus inteligencias pero que prefería
jugar al juego de la pelota como él lo llama.
Como
toda persona que asiste a un centro de estudios, Agustín llevó algunas
asignaturas en su formación y algunas le gustaban mucho, mientras que aborrecía
otras. El estudio de las letras no fue de su preferencia durante los primeros
años de escuela –lo cual causa sorpresa cuando uno indaga acerca de la ingente
cantidad de escritos de este autor-, también nos comenta sobre su desprecio
hacia el aprendizaje del idioma griego, en contraste con su afición hacia el
latín (esto se expresa en la sociedad en que vivía, sus padres hablaban latín,
o una variante de él, y esto influenciaba a que Agustín prefiriera antes este
idioma al griego). La enseñanza de las matemáticas también era impartida en la
escuela. Sucede lo mismo con el idioma griego; Agustín aborrece el estudio de
la Aritmética:
“Pues
¿qué diré de mi repugnancia a los primeros principios de la aritmética?: era
para mí una canción insufrible el oír a los otros, y repetir lo mismo: uno y uno son dos; dos y
dos son cuatro; cuando por otra parte era para mi gusto un pasaje muy
delicioso, el de aquel caballo de madera lleno de gente armada, el incendio de
Troya, y la sombra de Creusa.” (Agustín de Hipona; op. cit.: 41.)
Bien
sabemos que la forma en cómo una persona se hace cristiana, nos estamos
refiriendo al rito de iniciación de todo cristiano; el bautismo. Ahora bien,
Agustín nos cuenta que hubiera preferido bautizarse antes para estar más tiempo
en gracia de Dios. El hecho que gravitó el bautizo de Agustín fue un mal que
padeció, al cual, su madre solo vio como única forma de salvarlo la
administración del sacramento a su hijo.
Al
terminar la educación primaria, sus padres decidieron mandarlo a la ciudad de
Madaura a continuar con sus estudios secundarios. Ya estando establecido en
esta ciudad, Agustín nos habla acerca de su adolescencia y los pecados que
cometió (recordemos que Confesiones es
una obra, a parte de biográfica, de penitencia cuyo fin es el de buscar el
perdón por sus pecados[3]) antes de mudarse a la
lejana ciudad de Cartago a continuar sus estudios, interrupción dada entre los
años 369 y 370.
El
primer pecado del que Agustín nos habla es el adulterio, cuando se deja llevar
por las pasiones propias de la adolescencia a los dieciséis años:
“Y
¿qué era lo que me deleitaba sino amar y ser amado?, pero en esto no guardaba
yo el modo que debe haber en amarse las almas mutuamente, que son los límites
claros y lustrosos a que se ha de ceñir la verdadera amistad; sino que
levantándose nieblas y vapores del cenegal de mi concupiscencia y pubertad,
anublaban y oscurecían mi corazón y espíritu de tal modo, que no discernía
entre la clara serenidad del amor casto y la inquietud tenebrosa del amor
impuro.” (Agustín de Hipona; op. cit.:52).
Una
vez ya establecido en Cartago con su familia, ésta tuvo problemas económicos,
los cuales no le permitieron asistir a la escuela en ese año. Volvió a los
estudios en el 371 en Cartago, en donde comete otro pecado; el hurto. Además se
deduce que continuó cometiendo adulterio, enfrascándose en relaciones de “amor
impuro”.
Hubo
un acontecimiento que marcó la vida de Agustín de Hipona, se trata de la
lectura de la obra filosófica de Cicerón, Hortensio
hacia el año 373 (un año antes nace su hijo Adeodato[4]). Según el autor Gerardo Alarco Larrabure, este libro se conoce por
las menciones que hace Agustín en varias de sus obras, debido a que el libro no
ha llegado a nosotros. El libro “era un diálogo compuesto a raíz de la derrota de
Pompeyo, de quien Cicerón era cálido partidario”. Tanta fue la influencia de
este libro en la vida de nuestro autor que fue la piedra angular del cambio en
la vida de Agustín, además de inculcarle el amor por la filosofía, en palabras
de Agustín:
“Este
libro tocó mis afectos, y me mudó de tal modo, que me hizo dirigir a Vos,
Señor, mis súplicas y ruegos, y que mis intenciones y deseos fuesen muy otros
de lo que antes eran.” (Agustín de Hipona; op. cit.:69).
O en
palabras de Alarco Larrabure:
“Hemos
visto que ésta hastiado de la vida licenciosa que lleva y atraviesa una crisis:
busca la felicidad en los placeres, pero los sinsabores atormentan su corazón.
La lectura actúa como un reactivo que hace brotar fuentes primigenias y
ocultas: ‘Semejante libro [...] mudó mis votos y deseos.’”. (Alarco; 96:8).
Como
podemos este libro ocasionó en él una ruptura en su forma de ser que lo
acompañará el resto de su vida.
Agustín
leyó por primera vez las Sagradas Escrituras y no fueron de su agrado; en su
opinión, estaban escritas con un estilo humilde y llano, y además, “…no merecía
compararse la Escritura con la dignidad y excelencia de los escritos de
Cicerón.” Esto hizo que Agustín optase por unirse a los maniqueos[5] por su búsqueda de la
Verdad, se dejó llevar hacia este grupo por ignorancia, como puede sucederle a
cualquier joven al ingresar a un centro de estudios, especialmente la
universidad. Se mantuvo en este grupo por nueve años.
“Ha
sido decisivo además el impacto del camino ofrecido por los maniqueos para
llegar a la verdad: prometían liberar a sus adeptos de todo error y conducirlos
hasta Dios por el simple uso de la razón y dejando de lado el peso odioso de la
autoridad.” (Alarco; op. cit.:11)
Esta
cita da cuenta de la mentalidad de esa época, el Cristianismo se alzaba como
religión dominante que imponía su estilo de vida en base a sus creencias y
dogmas. No causa sorpresa el hecho que Agustín dejase este grupo debido al “uso
de la razón” para hallar la verdad, o al hecho de deshacerse de las
autoridades, deshacerse de Roma.
2. Adultez:
formación de su ideología.
En
374 pasa a ocupar una cátedra de retórica en su ciudad natal, en Tagaste:
“Enseñaba yo en aquel tiempo la retórica, y vendía aquel arte de elocuencia que
sabe vencer y dominar los corazones, siendo al enseñarla vencido y dominado yo
de la codicia.” (Agustín de Hipona; op. cit.:86). Aquí menciona otro pecado, la
codicia, además que, según él ha vivido engañado y engañando a muchas personas,
esto por la difusión de los preceptos maniqueístas. Al año siguiente regresa a
Cartago a impartir retórica.
Llega
el año 383, crucial para otra ruptura en la vida de Agustín, se da el arribo de
Fausto a la ciudad de Cartago, quien era uno de los mayores representantes del
maniqueísmo en África. La llegada de este personaje provocó la salida de
Agustín del credo maniqueísta:
“…;
pero comparando esto con la doctrina de Maniqueo, que sobre éstas escribió
muchísimos delirios y extravagancias, no hallaba de ningún modo cómputo ni
razón de los solsticios, ni de los equinoccios, ni de los eclipses de sol y de
luna; ni de otras cosas semejantes que yo había aprendido en los libros de la
sabiduría de este universo.” (Agustín de Hipona; op. cit.:111).
Como
dice Alarco; “el celo que había puesto Agustín en conocer las doctrinas
maniqueas se quebranta en ese momento.” Después de esta decepción, se retira
pero no lo hace rápidamente, intenta buscar mejores discípulos del maniqueísmo
en otras partes del Imperio Romano, es por esto que decide viajar a Roma a continuar
con su búsqueda. Sin embargo, ya para esa época y producto de su decepción, se
siente atraído por las doctrinas de los filósofos académicos. Al año siguiente
consigue una cátedra como maestro de retórica en Milán.
Como
toda persona, Agustín sufrió una crisis en el año treinta de su vida, cuando su
madre fue a visitarlo y ahí se enteró que su hijo ya no era ni maniqueo ni
cristiano, lo cual llenó de alegría a la madre pero dejó a Agustín desesperado
por encontrar la verdad.
Siendo
catedrático en Milán, conoció a Ambrosio, quien fue un personaje que influyó
sobremanera en la vida de Agustín. De él logró entender la doctrina católica de
la Iglesia:
“Muy
alegre y contento oía predicar a Ambrosio, el cual como si a propósito y con todo cuidado propusiera y recomendara
la regla para entender la Escritura, repetía muchas veces aquello de San Pablo:
‘La letra mata pero el espíritu vivifica’; cuando quitando el misterioso velo
de algunos pasajes, que entendidos según la corteza de la letra parecía que autorizaban
la maldad, los explicaba en sentido espiritual tan perfectamente, que nada
decía que me disonase, aunque dijese cosas que todavía ignoraba yo si eran
verdades.” (Agustín; op. cit.:135).
El
autor Alarco Larrabure propone, paso a paso, el proceso de influencia de
Ambrosio en Agustín: la objeción en contra de los maniqueos, descarta las
acusaciones que le hacía a la Iglesia, se da la reflexión, deseo de sabiduría,
concibe a Dios bajo los preceptos católicos.
Otra
de sus influencias determinantes fueron los aportes de los platónicos en él:
“En
estos libros hallé (no con las mismas palabras con que yo lo refiero
puntualísimamente) apoyado con muchas pruebas y gran multitud de razones que,
en el principio era el Verbo y el Verbo estaba con Dios, y dios era el Verbo.”
(Agustín de Hipona; op.cit.:166).
En
sus palabras, él “llegó a descubrir y ver con el entendimiento vuestras
perfecciones invisibles, por medio de estas obras que habíais hecho en el
mundo.” Podemos deducir, entonces, que gracias a los platónicos, Agustín pudo,
de alguna manera, fundamentar o probar el porqué de la naturaleza de Dios, como
ser invisible y perfecto.
Toda
esta exploración de la lectura de Hortensio,
la deserción ante los maniqueos, la doctrina cristiana impartida por
Ambrosio y la lectura de los autores platónicos son puntos clave en la
formación de la doctrina de Agustín de Hipona. Ya hacia el año 386 se convierte
al cristianismo,[6]
cabe resaltar lo mucho que se tardó, a pesar de siempre estar rodeado por
personas practicantes del credo cristiano:
“Esto
era lo que yo anhelaba y por lo que suspiraba; pero estaba aprisionado no con
grillos ni cadenas de hierros exteriores, sino con la dureza y obstinación de
mi propia voluntad.” (Agustín de Hipona; op.cit.:192).
Sin
embargo llegó el momento de su conversión la cual se dio en un huerto,
aproximadamente en el año 387. A partir de ahí se dedica de lleno a la práctica
cristiana: “En esta última ciudad, tuvo lugar la iluminación decisiva, que
Agustín narra emocionadamente en sus Confesiones.
Bautizado en 387 junto con su hijo Adeodato, renuncia a la cátedra de
elocuencia[7] y se entrega totalmente a
la práctica y defensa de la verdad cristiana.”[8]
Junto
con la práctica del cristianismo, comenzó a escribir libros, a lo que Agustín
dice:
“Los
libros que allí compuse, ya de las materias que trataba y controvertía con mis
compañeros, ya conmigo solo en presencia vuestra, y las cartas que escribí a
Nebridio, que estaba ausente, testifican la clase de estudios en que me ocupaba
entonces, pues todas aquellas obras las escribí y ordené a vuestro servicio,…”
(Agustín de Hipona; op.cit.:216).
Ya
en Milán su madre fallece en el 387. Hasta aquí llega Agustín de Hipona en este
libro Confesiones, el resto de su
vida se plasmará en esta biografía de acuerdo a otras fuentes.
3. Senectud:
último tramo de su vida, la caída de Roma y La
Ciudad de Dios.
Al
siguiente año, en Tagaste funda el primer monasterio de esa ciudad y se
dedicará a la vida monástica durante tres años. En el 389, lleno de tristeza,
debe sufrir la temprana muerte de su hijo Adeodato a los diecisiete años de
edad. Una vez culminada su vida monástica en Tagaste , funda su segundo
monasterio en Hipona, donde es consagrado sacerdote por Valerio, el obispo de
Hipona, al cual le sucederá recién en el año 396.
Participa
en diversos concilios en la ciudad de Cartago para los años 396, 401 y 404.
Empieza a redactar el libro que utilizamos aquí como fuente; Confesiones, en el año 400.
Roma
cae en el año 410 a manos de los visigodos comandados por Alarico, este hecho
influye y causa sorpresa en Agustín, lo cual le inspira a escribir su obra
cumbre La Ciudad de Dios tres años
después del saqueo y caída de Roma, el 413, aunque otros autores ubican el
comienzo de la redacción de esta obra para el 412. Como lo expresa David
Abulafia:
“A
un intelectual africano, Agustín, que se convertiría en obispo de Hipona y
fallecería en el año 430, el saqueo de roma le conmocionó tanto que le inspiró
a escribir su obra maestra, La ciudad de
Dios, en la que se demostraba que hay una «ciudad» celestial que se
superpone y es superior a la frágil ciudad terrenal e imperio de Roma.”
(Abulafia; 2013:249).
Esta
obra la terminará recién para el año 426. En este intervalo de tiempo asiste a
otros concilios como el de Milevi contra los pelagianos y el de Cartago, el
cual duró cuatro años (comenzó en 418 y terminó en 422).
Agustín
de Hipona, después consagrado Santo por la Iglesia Católica, fallece en el año
430, un 28 de agosto en la ciudad de Hipona, mientras era sitiada por los
vándalos comandados por Genserico.
4. Obras:
Los
autores Klimke y Colomer, nos proponen un listado de sus principales obras de
acuerdo a los periodos del desarrollo humano en Agustín: periodo de juventud,
plenitud y vejez.
a. Periodo
de juventud: obras predominantemente filosóficas, las principales en esta etapa
serían Contra académicos, De beata vita,
De ordine, Soliloquia, De inmortalitate animae, De magistro, De quantitate
animae, De libero arbitrio, De vera religione.
b. Periodo
de plenitud: obras escritas durante su sacerdocio y episcopado, por ejemplo: De doctrina christiana, Enchiridion de fide
spe et caritate, De utilitate credendi, De Genesi ad litteram, De duabus
animabus contra Manichaeos, De spiritu et littera, De anima et eius origine, De
natura boni.
c. Periodo
de vejez: sus últimos y culminan con las dos obras más importantes: De Trinitate, Retractationes, Confesiones y
De civitate Dei (La ciudad de Dios).
REFERENCIAS
BIBLIOGRÁFICAS.
Agustín de Hipona. (1983). Confesiones. Madrid: SARPE.
Alarco Larrabure, G. (1996). Agustín de Hipona: Ensayos sobre su
itinerario espiritual. Lima: Fondo Editorial PUCP.
Klimke F., Colomer E. (1961). Historia de la Filosofía. Barcelona:
Editorial Labor S.A.
Abulafia D. (2013). El Gran Mar. Barcelona: Editorial Planeta S.A. (Crítica)
Ossandón J. (2001). San Agustín: La conversión de un intelectual. Valparaíso: Ediciones
Universitarias de la Universidad Católica de Valparaíso. Recuperado de http://www.euv.cl/archivos_pdf/libros_nuevos/san_agustin.pdf.
[1] En Agustín de Hipona (1983). Confesiones. Madrid: Editorial
SARPE. Podemos apreciar en esta cita el
afán, el sentimiento de culpa propio del cristianismo o del común cristiano. La
obra Confesiones propone “confesar”
los pecados cometidos por Agustín de Hipona a lo largo de su vida y él considera
que es importante confesar sus pecados cometidos en su niñez, incluso antes de
ser bautizado.
[2]
Algunos datos importantes se
pueden rescatar sobre la educación en la Roma Antigua, acerca de la educación
primaria el autor Juan Carlos Ossandón Valdez, basado en Henri Marrou, nos
dice: “El niño vive en Tagaste con sus padres hasta los siete años
aproximadamente. Las familias más ricas hacían ir a un profesor a sus casas,
pero la de nuestro Santo no era tan pudiente como para ello por lo que es
enviado a la escuela a aprender las primeras letras.”
[3] La finalidad de la obra es enunciada
por Agustín de la siguiente manera: “Y esto ¿con qué fin o para qué lo hago?
Para que yo mismo y todos los que lo leyesen, pensemos y conozcamos desde cuán
grande y profundísima distancia de vuestra suma bondad hemos de clamar todavía
a Vos.” (Agustín de Hipona; op. cit.:54). El hecho de expresar la frase
“…clamar todavía a Vos”, hace referencia a clamar piedad, a implorar clemencia,
a pedir perdón por sus pecados.
[4] Adeodato
es hijo de Agustín con su primera esposa, de la cual se desconoce el nombre,
vive en concubinato con ella y se separan en Milán por el deseo de Agustín de
contraer matrimonio.
[5]
El maniqueísmo se basaba en la existencia de
dos principios contrarios y autónomos: el bien y el mal. (Alarco; op. cit.:11).
[6]
El término crea contradicciones,
líneas arriba se habló sobre el bautismo de Agustín a raíz de un malestar que
él sufría. Tiempo después se da su
“conversión”, para esa época y por lo que se puede rescatar de otras fuentes
–e, incluso, en estos tiempos-, el convertirse significa aceptar y practicar la
doctrina cristiana luego de haber predicado otra diferente. Se deduce entonces
que desde su bautizo hasta su conversión, no internalizó la doctrina cristiana
como se espera, en cambio, se dedicó al pecado y a seguir otros credos, como el
maniqueísta. Esto quiere decir que su bautismo fue en vano.
[7]
O retórica.
[8]
Véase en Klimke F., Colomer E. (1961). Historia de la Filosofía. Barcelona: Editorial Labor S.A.
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