Alexis Cuya Castillo
Estudiante de Historia - UNMSM
vacc_16@hotmail.com
Jair Adolfo Miranda Tamayo
Estudiante de Historia - UNMSM
jair.miranda1995@gmail.com
Alex Silva Pedraza
Estudiante de Historia - UNMSM
alexsilvaview@hotmail.com
Daniel Varas Campos
Estudiante de Historia - UNMSM
Resumen
San Agustín de Hipona, uno de los
grandes padres o doctores de la Iglesia, es uno de los más importantes
exponentes de la teología cristiana, siendo sus reflexiones aun consideradas y
debatidas en la actualidad. Aproximadamente entre los años 413 y 426 escribe su obra más importante: La Ciudad de Dios contra paganos, un
conjunto de libros apologéticos en contra de las opiniones paganas generadas
inmediatamente al saqueo de Roma por Alarico en el año 410. Se culpaba al
cristianismo y su institucionalización como religión oficial del Imperio, ya
que esto generó molestia de los dioses antiguos romanos. En respuesta a esto, La Ciudad de Dios demostrará a todos que
están equivocados desde el punto de vista de San Agustín, argumentando a favor
de su Dios y criticando al paganismo.
Palabras claves
San Agustín, Ciudad de Dios, Invasiones Bárbaras, Alarico, Cristianismo.
Abstract
St. Augustine of Hippo, one of the great fathers and
doctors of the Church, is one of the most important exponents of Christian
theology, and its reflections considered and debated even today. Approximately
between 413 and 426 wrote his most important work, The City of God against
pagan, a set of books apologetic against heathen views immediately generated
the sack of Rome by Alaric in the year 410 was blamed Christianity and its
institutionalization as the official religion of the Empire, and that this created
discomfort of the ancient Roman gods. In response, the City of God will show
everyone that they are wrong from the point of view of St. Augustine, arguing
for their God and criticizing paganism.
Keys
St.
Augustine, City of God, Barbarian Invasions, Alaric Christianity.
“Para
responder a sus contradictores que hacían a los cristianos responsables de las
desdichas de la época y en particular del saqueo de Roma por los visigodos en
410, el obispo de Hipona, Agustín, pide a Orosio que reúna una documentación
para demostrar que las catástrofes habían afectado al mundo mucho antes del
triunfo del cristianismo[1]
[…]. Se le debe a San Agustín la invención de la filosofía de la historia, en
este caso, una teología de la historia. Su Ciudad de Dios escrita en los años
420, define la historia como la realización del plan formado por Dios para la
salvación de los hombres. Indudablemente, se dice en dicha obra que las dos
están entrelazadas la una con la otra e íntimamente mezcladas, a tal punto que
es imposible separarlas hasta el día en que el Juicio final las separe” (Carbonell, 2001:36).
1.
Introducción:
Una época de grandes cambios
Antes
de adentrarnos a un análisis de la interpretación apologética de San Agustín en
su obra, es necesario ante todo conocer y comprender el contexto histórico
donde el santo vivió, ya que como es clásico escuchar, los pensadores son hijos de sus tiempos. A rasgos
generales, entre el siglo IV y V, podemos encontrar dos grandes movimientos
dentro del Imperio Romano: las invasiones bárbaras, siendo la más importante durante
la vida del santo el saqueo de Roma por el visigodo Alarico en el 410; y el
crecimiento e institucionalización del cristianismo dentro de Roma a través,
por ejemplo, del Edicto de Milán y el Edicto de Tesalónica.
Además,
es importante conocer puntos clave en su vida, así como su biografía
intelectual, es decir, su pensamiento teológico-cristiano. Una vez hecho esto,
podemos adentrarnos a entender la interpretación agustiniana de las invasiones
bárbaras.
Las invasiones bárbaras
Durante
el siglo V, incluso desde antes, se intentó salvaguardar los intereses de Roma,
tratando proteger sus territorios conquistados ante el avance bárbaro. Para
ello, el occidente reunió todo su poderío con gran esfuerzo, tratando, en
muchos casos, de defenderse de los barbaros con los barbaros. Los limes, líneas de defensa fortificada[2],
son defendidos por ejércitos romanos, pero ante el avance de los pueblos y la
creciente formación de foedus[3],
muchos ejércitos bárbaros son usados por Roma como mercenarios. Por
ejemplo, Estilicón trajo de Galia, de Nórica y de Recia legiones que
defendieron el paso del Rin y del Danubio. Provocó a los bárbaros en dos
grandes batallas -Pollentia y Verona- y los derrotó alrededor del año 402.
Es
aproximadamente desde el siglo III que comienzan lo que la historia ha
clasificado de invasiones bárbaras, una situación en la que Roma se veía
sofocada por la venida de pueblos ajenos al imperio en direcciones
principalmente de este a oeste. El término exacto para designar este fenómenos,
más eficaz que la palabra española invasiones[4],
seria en alemán Volkerwanderung, que
significada migración de pueblos (Introducción de Montes de Oca en San Agustín,
2002). Esto no significa que la entrada de estos pueblos fue pacífica, también
existieron conflictos. Las investigaciones tratan de buscar las razones a tal
movimiento poblacional: búsqueda de mejores condiciones de vida, factores
climáticos, superpoblación, búsqueda de tierras, etc.
Pero
es sin duda los acontecimientos conflictivos entre Visigodos y Romanos lo que
conmocionó a la sociedad romana, siendo considerado aun por muchos
intelectuales expertos como el punto crítico en el final del Imperio Romano de
Occidente.[5]
Era la primera vez en casi 800 años que
la ciudad romana no había caído en manos de un enemigo. Fueron los galos
liderados por Breno, conocido por su famosa frase Vae Victis![6],
los que en 387 a.C. saquearon la ciudad, acontecimiento que Roma volverá a
sufrir con tal magnitud en el 410 d.C con Alarico.
Visigodos y Alarico: el
saqueo de Roma (410)
Los “Godos Sabios” o “Visigodos[7]”, desde sus inicios, partieron hacia el
Danubio, a diferencia de los Ostrogodos que ocupan el Don, ambos cercanos al
Dniéster. Al igual que los reinos vecinos, padeció bajo el constante sonar del tambor de guerra
que desolaba tierras y exterminaba poblaciones por parte de los ejércitos
romanos.
Los hunos lideraron incursiones
militares en Europa Central con el propósito de invadir, como son los casos hacia
los Alanos (370 d.C.) y los Visigodos (375 d.C.). Estos últimos solicitan un
asilo en el Imperio Romano, iniciándose así lo que se conoce como “Invasión Pacífica”. A Cambio se les
exigía sumisión al Imperio, mediante la prestación de sus servicios militares como vigías
fronterizos (con lo que suplían a la institución militar romana, decayente y
diezmada por una larga serie de guerras y campañas emprendidas luego de
terminada la Pax Romana) y el trabajo
en las tierras deshabitadas de Mesia (con lo que hacían frente a una ahondada
crisis del sistema esclavista)
Los godos se adaptaron con mucha facilidad
a la forma de vida romana, incluyendo dentro de sí elementos característicos de
Roma, como el latín, el armamento romano y el cristianismo (difundido por
Ulfilas, un visigodo arrianista que tradujo y adaptó la biblia al idioma
visigodo que era ágrafo). Pero las condiciones en las que estos habitaban eran
insuficientes para su mantenimiento. La presión de obligaciones hacia los
visigodos era sopesada hasta llegar a la explotación, lo que les incitaba un
cierto recelo y desconfianza, la cual explota en una sublevación en la que
estos saquearon los Balcanes y derrotan a las legiones romanas en la Batalla de
Adrianópolis.
“La victoria
de Adrianópolis llevó al jefe visigodo Fritigerno a la cumbre de su poder, por
lo que pudo tratar con Teodosio en plano de igualdad y reclamar un nuevo pacto
que otorgaba al pueblo visigodo tierras en propiedad y su asentamiento como
federados en Mesia (382), con las mismas condiciones que los ostrogodos en
Panonia. Allí se les concedió total autonomía, exención de impuestos y altas
soldadas a cambio de enrolarse en el ejército imperial” (Merino, 2012:5).
Pasaron de ser inquilinos a
enemigos, hasta el ascenso al poder de Teodosio (quien reemplaza al fallecido
Valent, muerto en la batalla antes mencionada),
con quien se firma la paz y una nueva alianza en la que los visigodos
luchasen como mercenarios a su lado, cosa que duró poco, ya que el
fallecimiento de Teodosio significó el fin de la unidad imperial (sus
hijos Honorio y Arcadio se dividen el Imperio
Romano en Occidente y Oriente, respectivamente) y la desestabilización de la
institución de mercenarios. Es en este contexto que la imagen de Alarico surge
como ícono de los visigodos a quienes empieza a dirigir casi inmediatamente
luego de la defunción de Teodorico de una forma más autónoma.
Alarico (frustrado por no obtener
cargos y que no se le reconozcan sus años de servicio a Roma) decide por su
cuenta ocupar y saquear zonas del mediterráneo y los Balcanes, ante lo cual
recibe una respuesta del general Estilicón
(bajo las ordenes de Honorio), quien frustra sus planes en la Batalla de
Pollenza del año 402, conflicto en la que Alarico sufre una derrota aplastante.
Para apaciguar la amenaza de Alarico, se le ofrece el título de Magister Militum de Iliria, pero eso solo contribuyó al acrecentamiento
de sus ambiciones.
Las tropas de Alarico atacan Verona
al año siguiente sin mucho éxito. Ante las derrotas militares, Alarico opta por
pactar con Estilicón. Ocupa entonces el Nórico y exigió al Imperio una alta suma
de dinero por los servicios que había prestado. Sin embargo, sus deseos de
invadir la península retornarían cuando Honorio decide ajusticiar a Estilicón
por “traición”:
“Esos enemigos dijeron a Honorio que su aguerrido
ministro planeaba poner a su propio hijo en el trono. El imbécil Honorio lo
creyó y ordenó la ejecución de su general, legalizando lo que de otra forma
habría sido meramente un asesinato. Estilicón fue decapitado en 408. Fue un
acto de increíble locura y selló el destino del Imperio Occidental.
Los godos del ejército de Estilicón, leales hasta
entonces, se sintieron ultrajados por esa acción, y los enfureció aún más las
medidas antiarrianas tomadas por los nuevos ministros que llegaron al poder.
Los godos desertaron por decenas de miles y se pasaron a Alarico, quien aún
rondaba cerca de las fronteras de Italia.
Una vez más Alarico penetró en Italia, y esta vez no
había ningún Estilicón ni prácticamente ningún ejército que lo detuviese.
Marchó hacia el Sur sin hallar oposición notable y al mes de la suicida
ejecución de Estilicón por el gobierno romano, Alarico estuvo ante las puertas
de Roma. Por primera vez en seiscientos años, Roma vio a un enemigo extranjero
ante sus murallas, algo que no había ocurrido desde la época de Aníbal de Cartago”
(Asimov, 1967:106).
Ante la entrada y asedio de los
hombres de Alarico, Roma se rinde. La intención de Alarico no es destruir el
milenario imperio, si no obtener beneficios como tierras, poder y botín, cosas que se le negó y ante lo cual realiza
un segundo asedio. Ante la tozuda actitud de los ministros y el emperador, se
realiza un último asedio (23 de agosto de 410) en el cual se ingresa finalmente
a Roma con la intención de saquearla,
que forzó finalmente la rendición absoluta de la ciudad[8].
Los bárbaros arrancan ornamentos de oro y metales
preciosos que brillaban en el foro y en los monumentos públicos. Asesinaron y
destruyeron edificios. Fue una masacre. La conmoción fue grande, y las noticias
llegaban a todas partes.
Se quedaron durante 6 días para luego retirarse hacia el sur con la intención
de invadir África, misión impedida por una tormenta que destruye sus navíos y
finalmente una fiebre que terminó con la vida de Alarico (410). Ante este
deceso lo sucede su hermano Ataúlfo.
Cristianización
del Imperio Romano
El
siglo IV significó para el cristianismo un gran triunfo a nivel institucional
primero y luego político. El Edicto de Milán, firmado por Constantino I y
Licinio en el 313, promulgaba libertad de religión para los pobladores, en
donde se daba tolerancia al cristianismo, deteniéndose así las constantes
persecuciones a los creyentes de Yahveh. Además,
se restituyeron muchos bienes confiscados a las iglesias.
Poco
a poco la situación religiosa se invierte y pone a la Iglesia cristiana en situación
de religión dominante, vinculada al poder y tentada rápidamente a hacerse
opresiva (Carbonell, 2000:103), todo lo cual llega a su esplendor con el Edicto
de Tesalónica, decretado por Teodosio en el 380, donde el cristianismo se
convierte en la religión oficial del Imperio, generándose una nueva y larga
persecución: la del paganismo.
Una
minoría importante de la población de Oriente es sin duda cristiana desde
principios del siglo IV, y quizás la mayoría del imperio a comienzos del siglo
V, lo que demuestra el progreso cuantitativo del cristianismo. Después de las
ciudades, las que se convierten primero son las elites rurales, en ellas que se
apoyará el poder religioso. Las practicas paganas que resisten son
principalmente las del campo[9]
(ver Cabonell 2000:104). Esto demuestra como el cristianismo ah evolucionado en
su institución hasta llegar a adherirse al sistema político.
2.
San Agustín de Hipona
Nació en la ciudad romana de Tagaste[10]
en el año 354, sus padres fueron Patricio y Santa Mónica. Vivió en un hogar
pagano por parte de su padre y cristiano por parte de su madre (quien fue
arriana). A pesar de los persistentes esfuerzos de su madre por hacer de su
hijo un seguidor de Cristo, no tuvo una niñez y juventud digna de ser
caracterizada como cristiana. De hecho, vivió al lado del pecado y vicios
durante estas épocas.
Después de pasar su infancia en Tagaste, su ciudad natal,
sus padres deciden mandarlo a continuar sus estudios en Cartago, en donde el
vicio a los juegos, los amores prohibidos por los mandamientos y los engaños
son, además de su educación, la razón de su vida. Agustín se da así mismo la
educación más completa que se podía obtener de la época, con el objeto de
satisfacer su gran ambición: convertirse en un maestro de retórica y en un
intelectual de renombre[11].
Siendo ya docto en la materia de la retórica, imparte
clases en diversas ciudades europeas, a la vez que continúa sus estudios en las
diversas ciencias liberales, así como día a día es atraído más a la secta de
los maniqueos; de esta manera, pasó nueve años con los maniqueos, hasta que
conoció a Fausto, el más importante de ellos, ¡qué grande fue su desilusión al
comprobar la poca sabiduría de tal hombre! No satisfecho con este, abrazo el
platonismo. Pero San Agustín vio que este solo intuía la verdad. Con el
cristianismo en sus manos y con lo sorprendido que queda al saber que la biblia
es la verdad revelada, San Agustín ve como este incorpora el platonismo,
transformándolo y superándolo.
Después de terminar su libro Confesiones (397) continuó sus predicas como obispo de Hipona,
participando en muchos concilios y entrando en diversos debates para salvaguardar
la unión de la comunidad. Uno de los debates más conocidos fue el que sostuvo
con los donatistas. Este tipo de vida, entre debates y predica, no menguo en su
obra literaria, llegando a escribir en este periodo sus dos libros más importante De Civitate Dei (413-426) y
De Trinitate (399-419), así como
otros libros de gran importancia para el cristianismo.
Su muerte ocurrió en el año 430 d.C., cuando Hipona fue
cercada por Genserico, a la edad de 76 años.
De maniqueísmo a
cristianismo
Durante su juventud cayó en manos de San Agustín un libro
que fue la llave para su introducción en el mundo de la filosofía, el cual se
fue el comienzo de lo que sería su búsqueda de una explicación racional a la
vida, la verdad y la maldad: “Siguiendo
el orden acostumbrado en mi estudio, había llegado un libro de Cicerón […]
aquel libro tiene una exhortación del mismo Cicerón a la filosofía, y se
intitula el Hortensio” (Confesiones,
Libro III, Capítulo V).
Luego, a la edad 19 años, abrazó el maniqueísmo[12].
Esta doctrina tiene una serie de diferencias con el cristianismo: no son los hombres
los que pecan, sino que hay alguna naturaleza distinta a nosotros que es la que
nos motiva hacia el pecado[13];
existen dos naturalezas en el alma, una buena y otra mala, ambas hacen que
ejecutemos obras moralmente correctas e incorrectas[14];
se concebía como irrefutable la idea de que no existía otro tipo de sustancia
que no sea corpórea. Todo esto contribuyó a que en un principio se le haga
difícil la aceptación de los postulados cristianos a San Agustín.
Esta no fue la única postura que se le presentó en su
vida, quizá los académicos o escépticos fueron más racionales ya que
“defendían y enseñaban que de todas las
cosas debíamos de dudar, y que ningún hombre podría llegar a comprender ni una
sola verdad” (Confesiones, Libro V, Capítulo XX.).
Pero sin duda fueron los platónicos[15]
los que le abrieron el camino a la comprensión de las sagradas escrituras y a
la aceptación de Cristo como único salvador de la humanidad. Es gracias a los
libros de ellos que pudo llegar a comprender que existen sustancias que no son
corpóreas, y que en realidad el
cristianismo era “filosóficamente respetable”[16] (Chuaqui,
2005:276) y esto, sumado a las escrituras de San Pablo, marcarían su vida
literaria hasta su muerte:
“En estos libros
hallé […] que en el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y Dios
era el Verbo: Este estaba desde el principio con Dios. Que todas las cosas
fueron hechas por Él, y sin Él nada se hizo” (Confesiones, Libro VII, Capítulo
IX)
Pero lo que no
encontró en ellos fue el hecho de la resurrección de la carne y la posibilidad
de que cualquier persona, independiente de su capacidad intelectual, pueda
llegar a entender sus escritos. De esta manera, se puede decir que el
cristianismo va más allá que los postulados platónicos ya que hace de la verdad
un objeto capaz de ser comprendido por cualquier persona con mediación de la
gracia divina.
Después de muchos vaivenes en su vida acepto la fe
cristiana como la única capaz de poseer la verdad y en base a ella es que pudo
concebir toda una visión compleja acerca de la naturaleza humana, el tiempo, la
historia, la providencia y la revelación de Dios. Además, “el cristianismo es platonismo para el pueblo”, como diría
Nietzsche (1886:19).
Teología
agustiniana
En la visión de San Agustín la Historia
comprende la evolución[17]
de toda la sociedad humana, siendo este el primer intento de crear la idea de
una Historia Universal, pero marcada por el hecho de que las demás historias
son inferiores al no estar relacionadas con el camino a la salvación. La única historia verdadera es
aquella en donde se puede apreciar la Divina Providencia y la revelación de
Dios, por lo tanto ninguna institución humana tendría gran sentido si no va
encaminada por la mano del Señor[18].
Ninguna sociedad, ni siquiera el
Imperio Romano son indispensables para la acción de la providencia, por lo
tanto se puede entender que los designios de Dios pueden llegar a ocurrir en
cualquier momento y circunstancia, en cualquier lugar y tiempo, nada escapa del
divino proyecto de Dios. Los actos humanos, por estar libres de la providencia
de Dios encaminada a la salvación[19]
son de poco interés. El Imperio, y todo el resto de las estructuras políticas,
no pueden considerarse como instrumentos indispensables para el avance del
cristianismo, pero tampoco significan un obstáculo para su realización:
cualquiera de las dos actitudes involucraría poner en cuestión la misma
omnipotencia divina (Chuaqui, 2005:279).
En el momento de la creación,
encontramos que las dos realidades creadas, el tiempo y el espacio, constituyen
el teatro para que la más grandiosa obra de Dios se desenvuelva en ella, el Hombre. Este ser, hecho a imagen y
semejanza de Dios, por su forma imperfecta, es tentado, gracias al libre
albedrío otorgado por la gracia divina, de alejarse del camino que le trazó su
creador, para caer en las manos de lo que se denomina pecado.[20]
Es así que la historia, entendida
como el desenvolvimiento del hombre en la tierra, y ya no en el Edén que le
había sido otorgado, es la historia del castigo de este pecado, historia del
pecado del Hombre en la tierra, sin más palabras se puede resumir en Historia del pecado.
Todos estamos comprendidos en una
misma historia, al comprender todos a un pasado en común, el pecado original. De
esta manera la historia comienza con un pecado, que es conocido por Dios desde
el primer instante de la creación, ya que nada escapa a la razón de Dios y que
el hombre comete por ser una realidad imperfecta. Es por obra de este primer
pecado que el hombre es castigado; por lo tanto, la historia es a la vez
historia de este castigo, pero también de la redención de este.
El hombre es para San Agustín
un mero actor, actor que se desenvuelve en esta historia, historia del pecado;
pero actor al fin y al cabo, y es que el hombre es bendecido con la libre
voluntad de acercarse o alejarse de Dios[21],
esta bendición es la libertad para hacer lo que se escapa de los mandamientos
del señor. Por lo tanto, el hombre es libre, pero es libre para hacer lo que
Dios quiere que haga libremente, y es que
la presencia de Dios, la providencia del señor, que marca la pauta y
paradigma de las causas pasadas y futuras es la esencia de la historia,
historia del pecado, historia del accionar del hombre.
Todo esta predestinado.
Estaba predicho ese libre albedrio en el hombre, ya estaba designado desde el
último instante antes de la creación el pecado que el hombre iba a cometer en
contra de Dios, y sus consecuencia, la expulsión del Reino de los cielos, el
inicio de las historia profana, y por sobre todo, la disputa de los dos hijos
de Adán y Eva: Caín y Abel, en donde el primero terminaría matando al segundo. Es así como comienza la
distinción de las dos ciudades expuestas en De
civitate Dei contra paganos, la Ciudad de Dios y la Ciudad del Terrena.
La primera ciudad, la Ciudad de
Dios, está caracterizada por que es el amor a Dios, el faro que guía a los
hombres, y por lo tanto ella es la única vía para alcanzar el sosiego, la paz,
la tranquilidad y la eternidad. La segunda, la Ciudad Terrena, es aquella en
donde el motivo principal de las acciones humanas es el amor propio y tiene como
consecuencia la desesperación, la guerra, el dolor y la vida efímera. Ambas
ciudades, así entendidas, son guiadas por intereses contrapuestos, por hombres
antagónicos[22], de los
cuales sus destinos ya están marcados desde el momento mismo de la creación. Ambas
ciudades, dicho sea de paso que son espirituales, coexisten en la Historia
profana, como vehículo para el Gran Drama
de la Salvación.
Este drama consiste en que los más serán condenados (y que este destino
escapa de sus manos), y que los menos serán salvados, por una razón que escapa
a ellos, esta es la razón de la Historia, razón solo comprendida y sabida por
Dios, razón incomprensible para la mente humana. El drama, un proceso de tipo
lineal, progresivo, irreversible, toma mayor fuerza por el hecho de que solo
ocurre una vez, no hay tiempo para descansar, no hay tiempo para tener sosiego,
este solo se encuentra en el reino del señor, “la
historia es, en principio, la inquietud misma, el vivir sin reposo hasta que el
corazón, descanse en Dios” (Ferrater, 2006:53). Reino del Señor, al cual solo llegarán unos pocos
elegidos; elegidos desde el mismo momento de la creación.
Pero aquí radica un punto clave,
y es que a la vez que desesperación, este drama, esta vida terrenal, es el
reino de la esperanza; esperanza en el hecho de tener la posibilidad de la
salvación. Esta vida es el fundamento de la esperanza. “En la visión agustiniana
[…] la condenación de los más no es prueba de crueldad, sino de justicia, y de
que la salvación de los menos no es manifestación de justicia, sino de
misericordia” (Ferrater, 2006:60).
Y justamente esta esperanza es
solo dada para los pocos habitantes de la Ciudad de Dios, unidos todos ellos
por una ley, más grande que cualquier ley humana, la ley divina.
“Ni había llegado a conocer aquello en que consiste la justicia interior y
verdadera, que no arregla sus juicios por la costumbre sino por la ley
rectísima dada y establecida por un Dios todopoderoso […] no obstante ser una misma
en todas partes y tiempos” (Confesiones, Libro III, Capítulo
VII).
Para la formulación
de quienes van a vivir en la Ciudad de Dios, Agustín toma el concepto de
República utilizado por Cicerón. Para él, una república es una sociedad
constituida por diversos seres racionales unidos a través de intereses comunes,
todos bajo un mismo derecho; de esta manera San Agustín reemplaza el término
derecho por ley refiriéndose específicamente a la ley divina. Por lo tanto,
todos aquellos que sean regidos por la ley de Dios, independientemente del
lugar o el tiempo donde estén, pertenecerán a la misma ciudad, la Ciudad de
Dios, destinada a aquellos que tengan como su único interés el amor a Dios. Por
el contrario, todos aquellos que se rigen por la ley de los hombres, adorando
falsos ídolos, con intereses basados en el amor propio, no tienen otro destino
más que estar condenados a una vida de tormentos y desdichas en la ciudad que
alguna vez fue fundada por el crimen fratricida de Caín
3.
Interpretación
agustiniana sobre el saqueo a roma y respuestas a la reacción de los
paganos
La Ciudad de Dios,
la más importante empresa realizada por San Agustín, fue motivada desde dos
fuentes: el saqueo de Roma por parte de los hombres de Alarico en el año 410,
lo que conmocionó a todo el mundo clásico, siendo una noticia comparable a la
ocupación de Viena y Berlín por los Rusos en el siglo pasado (Löwith,
1973:190); y por tratar de cumplir la promesa que tenía ante Marcelino, gran
amigo suyo[23].
Pero, sin duda, es el primer punto el más primordial, ya que San Agustín desarrolla la totalidad de su
obra comenzado con esta coyuntura, cuyos tratados están en relación con la
reacción que generó este saqueo en los pobladores con respecto a su forma de
entender al Dios cristiano.
Comenzó
a escribirla entre el año 412 o 413 aproximadamente y el 426, siendo su
verdadero nombre en latín De Civitate Dei
contra paganos. Como fue escrita durante su vejez, contiene la madurez de su
pensamiento teológico, el cual es de suma importancia en la teología moderna.
Consta de 22 libros[24],
en donde desarrolla temas de diversos tipos, como los ya mencionados. Esta obra
viene a ser una interpretación dogmático-cristiana de la historia (Löwith, 1973:188), con todas las características que ello conlleva. Sin duda, La Ciudad
de Dios es su obra más extensa, y su obra política más importante (Fortin,
E., en Strauss, L. y Cropsey,
J., 2000:179).
Su
obra es parcial, fragmentaria, partidaria, apologética. Es una defensa del cristianismo
y de su Dios ante las quejas de los paganos y de sus dioses locales[25],
usando como fuentes las Sagradas Escrituras y su conocimiento teológico.
Incluso el mismo nombre de la obra, La
Ciudad de Dios contra paganos, demuestra su falta de imparcialidad en el
análisis.
Las
constantes invasiones bárbaras desde el siglo III d.C., llegó a su punto
crítico con la violenta invasión visigoda a la “ciudad de las siete colinas”. Los paganos culpaban al cristianismo
de tal situación. La justificación de tal acusación se explicaba de este modo:
cuando los dioses romanos clásicos estaban siendo adorados, con ritos y
sacrificios, estos estaban satisfechos, de tal modo que su ira o cólera no
recaía en el Imperio Romano, manteniéndose la paz y orden, tan aclamados por
diversos historiadores romanos. Pero desde que el cristianismo comenzó a tener
predominancia tanto en el poder como en la cultura, los dioses paganos han
dejado de ser venerados, situación que sin duda genera su enojo, lo cual se
verá en terremotos, desastres de gran envergadura, siendo uno de este el acto
de Alarico, por ejemplo. La cólera de los dioses es resultado de haber
abandonado a estos a cambio del cristianismo[26].
Además, comenzaba a considerarse al cristianismo como un elemento de debilidad
y disolución para el Imperio Romano (Abbagnano, 1994:275), aspecto que será
profundizado más adelante. Entre los seguidores de la antigua fe, casi se
amenazó con gritar como antes, ante la llegada de todo tipo de desgracias, “christianos
ad leones” (Deschner, 1991:177).
Esta
versión pagana de la catástrofe de Roma es contrapuesta a la versión
apologética agustiniana plasmada en La
Ciudad de Dios[27].
Para San Agustín, todo esto se debe al mal modo en el que el cristianismo ha
sido asimilado. Aun se observan cultos paganos y falta de seriedad en la toma
de posición religiosa cristiana, no reconociendo a Yahveh como el único Dios. A pesar de tener las sagradas
escrituras, que nos advierten de las tentaciones y los actos que ofenden a
Dios, los individuos aún continúan en sus rutinas epicureístas y hedonistas,
dejando de lado el deber a favor de los vicios, pecando diestra y
siniestramente. La falta de seriedad en el momento de tomar el cristianismo
genera que nosotros mismos generemos nuestra perdición. No es que el Dios
cristiano sea malvado y “castigue sin
fundamentos” a Roma por esto, sino que nosotros mismos lo hemos generado,
recibimos lo que hacemos. San Agustín no percibía ninguna catástrofe, sino de
que los mismos pecadores se están castigando por sus pecados (generados por ese
libre albedrío). Todo esto es una prueba de Dios, de la cual el individuo debe
aprender. Roma debe aprender de todo esto a tomar en serio al cristianismo, y
su reconstrucción debe tener en cuenta ese aspecto, para así esperar la venida de
la Ciudad de Dios. Los que han tenido la oportunidad de escapar y sobrevivir
son personas a las que Dios les da una segunda oportunidad. Mientras que los
que murieron pueden ser diferenciados en dos grupos: los justos, que han pagado
sus pecados (ya que nadie es libre de pecado), aceptando la voluntad del Grande
y ahora gozan de la presencia de Dios en el cielo; y los injustos, los cuales,
por su excesivo vicio y pecado, sufren.
“Con
todo, hemos de entender que la paciencia de Dios respecto de los malos es para
convidarlos a la penitencia, dándoles tiempo para su conversión; y el azote y
penalidades con que aflige a los justos es para enseñarles a tener sufrimiento,
y que su recompensa será digna de mayor premio […], los bienes celestiales
[entrar en la Ciudad de Dios]” (La Ciudad de Dios, Libro, I Capítulo VIII)[28].
Para
San Agustín las invasiones bárbaras fueron producto de la providencia divina,
fue una prueba divina para los buenos y malos para corregirlos, como ya
adelantábamos líneas arriba[29];
“[los que sobrevivieron pensaron] que de
esta manera libertaron sus vidas, porque antes creían que no habían muerto
durante el saqueo bárbaro por influencia benéfica del hado, o de su buena
suerte, cuando si lo reflexionasen”, piensa San Agustín:
“[…]
deberían atribuir las molestias y penalidades que sufrieron por la mano
vengadora de sus enemigos a los inescrutables arcanos y sabias disposiciones de
la Providencia divina que acostumbra a corregir
y aniquilar con los funestos efectos que presagia una guerra cruel los
vicios y las corrompidas costumbres de los hombres, y siempre que los buenos
hacen una vida loable e incorregible suele, a veces, ejercitar su paciencia con
semejantes tribulaciones, para proporcionarles la aureola de su mérito […]” (La
Ciudad de Dios, Libro I, Capítulo I).
Tengamos
en cuenta de que la interpretación agustiniana, así como la cristiana, tiene en
cuenta el desarrollo de la historia, no como algo adscrito a la sabiduría de
sus agentes humanos, sino a las operaciones de la Providencia que pre-ordena su
curso: la historia como “un drama
escrito por Dios, en el que no existe personaje favorito del autor”
(Collingwood, 2004:113), la misma que se volvió “teodicea” (Carr, 1984:149), aspectos ya mencionados.
Tanto
Löwit[30]
como Le Goff[31]
resaltan que en San Agustín hay una especie de respeto hacia Alarico, que de
paso era cristiano, quien no atacó las iglesias cristianas, respetándolas,
sabiendo este que fueron lugares de refugio para varias personas:
“[…] por lo
que es muy digno de notar que una nación tan feroz, que en todas partes se
manifestaba cruel y sanguinaria, haciendo crueles estragos, luego que se
aproximó a los templos y capillas, donde la estaba prohibida su profanación,
así como el ejercer las violencias que en otras partes la fuera permitido por
derecho de la guerra, refrenaba del todo el ímpetu furioso de su espada
desprendiéndose igualmente del afecto de codicia que la poseía de hacer una
gran presa en ciudad tan rica y abastecida” (La Ciudad de Dios,
Libro I, Capítulo I).
Deschner
(1991:176-177) menciona que tal respeto tan benigno por parte de las tropas de
Alarico fue “un hecho inesperado, nuevo”[32].
San Agustín no califica tal acción como propia de Alarico, sino que todo esto
fue parte de la gracia divina: “Esta
clemencia provino del poder del nombre de Cristo […], [siendo] efectos de
la misericordia divina. […]. No permita
Dios que ningún cuerdo quiera imputar esta maravilla la fuerza de los barbaros”
(La Ciudad de Dios, Libro I, Capítulo
VII). El santo trata de demostrar que muchas de las calamidades de la
destrucción de Roma sucedieron según el estilo normal de una guerra, pero la
piedad sucedida, provino de la providencia divina. Estas palabras muestran como
Dios es el verdadero agente de la historia, siendo el hombre un medio para la
realización de los fines divinos, puesto que Dios lo creo solamente con el fin
de realizar Sus propósitos en términos de vida humana (Collingwood, 2004:111).
El
santo se siente algo decepcionado al encontrar “infieles” (como el mismo les llama)
que niegan al Dios cristiano, o lo maldicen, a pesar de que estas personas
fueron salvadas por la gracia divina cuando se refugiaron en las Iglesias, como
ya describimos (La Ciudad de Dios,
Libro I, Capítulo XXIX).
San
Agustín nos habla de los paganos que maldicen a Dios por haber permitido todas
estas calamidades. Los individuos deben aceptar esta prueba de Dios, aceptar
sus pecados y el castigo que ello conlleva, además de confesarlos, y no estar
maldiciendo o tratando de mentirle a Dios. Esto muestra una de las
características básicas de la doctrina cristiana, la de la resignación (sin
duda interiorizada por San Agustín), que es mejor entendida como “pon la otra mejilla”[33].
Este último aspecto al menos es bien criticado por un pagano de la época llamado
Volusiano[34].
El debate cristiano-pagano entre San Agustín y Volusiano se encuentra muy claro
durante las correspondencias que ambos tuvieron aproximadamente a finales del
año 411 y comienzos del 412, cuyas cartas se conservan y de donde se han podido
obtener conclusiones acerca de la repercusión en los teóricos de la época, sea
cristiano o pagano, de tales coyunturas históricas.
Para
Volusiano, las creencias sobre Cristo no convendrían a las costumbres de la
República, siendo muchos de sus aspectos muy contrarios a los intereses del
gobierno:
“La
resignación en los males, la humildad, el perdón de las injurias, son virtudes
que el patricio no se hallaba en estado de comprender. […] “¿y qué?” - decía Volusiano - “¿habremos de dejarnos coger por el enemigo?
¿No podemos llevar el azote de la guerra a un pueblo que devaste las provincias
romanas?” La imposibilidad de elevarse a una moral universal, y el hábito
contraído por los paganos de no mirar las creencias cristianas en su inmediata
relación con el Estado político del imperio se ven aquí palpables” (Cantú, 1854:946).
En
su lógica, el Estado no puede renunciar a la reconquista de un territorio
arrebatado por el enemigo. Si han sobrevenido tales desventuras al Estado, es
evidente, para Volusiano, que la culpa
lo tienen los emperadores cristianos por acatar esta doctrina. Culpaba al
cristianismo de las desgracias que el imperio padecía. Denuncia la ineficacia
de las tumbas apostólicas en Roma, las cuales, santas todas ellas, debieron ser
una bendición para la protección de Roma.
“El
cuerpo de Pedro – escribe Volusiano- reposa en Roma, el cuerpo de Pablo reposa
en Roma, en Roma está el cuerpo de Lorenzo […], y Roma es desgraciada, ha sido
devastada, desolada, pisoteada, incendiada […], ¿de qué me servís las tumbas de
los apóstoles?, ¿qué me decís?” (Orlandis,
1998:51).
Estas
críticas por parte de Volusiano no serán las únicas que se den hacia el
cristianismo. Cameron (2001: 102-103) describe perfectamente la relación
pagana-cristiana, conflictiva ya desde finales del siglo VI, agudizándose en
debates como los mencionados líneas arriba. El cristianismo en expansión
amenazaba los valores, el equilibrio de la clase senatorial pagana, quien
trataba de sostener sus lujosas formas de vida (así como sus dominios y privilegios)
a través de una fuerte oposición en contra de candidatos cristianos, por
ejemplo. Pero no se debe tomar esto como un “revivir
pagano”, sino que eran una serie de actitudes que se daban entre la clase
superior pagana, que iban desde el compromiso con los cultos paganos y la
tradición romana, hasta el simple apego por el estatus quo. En todo caso, el debate con Volusiano, siendo este de
familia adinerada, es un gran ejemplo de la oposición que aun se encuentra en
el Roma hacia el cristianismo, siendo el saqueo de Roma una buena escusa para
fortalecer las criticas. Aun así, cuando San Agustín habla despectivamente y
hasta con hostilidad de la sabiduría y de la literatura pagana, es preciso
entender que dicho menosprecio no procede de una falta de educación o de una
indiferencia inculta hacia el saber mencionado, sino del ardor con que este
perseguía el nuevo ideal del conocimiento cristiano, laborando en medio de la
oposición general en pro de una reorientación de la estructura entera del
pensamiento humano (Collingwood, 2004:115).
Kahler
(1953:67) menciona que una de las características de la creencia sobre Yahveh [35]
es la consideración estricta de que Dios es único y solo Dios, quien es cuidadoso
y celoso, el que no tolera ningún otro tipo de dios más que él. Mientras que en
las otras deidades orientales (y también algunas deidades Romanas), solo
pretendían ser más poderosas que las demás y no excluían la existencia de otros
Dioses extranjeros. En el caso de la Roma pagana, su sistema religioso producía
una especie de tolerancia a la religión oficial, siendo acogidos los cultos de
otras religiones, siempre y cuando estos no se encuentren en contradicciones
con la religión cívica y los intereses del Estado[36]
(Carbonell, 2000:100). El advenimiento del cristianismo en el poder no fue
considerado del mismo modo por todos, ya que, junto con las persecuciones a los
paganos, destrozaba muchos cultos y creencias, algunos de ellos con mucha
antigüedad, además de otros aspectos que estaban en contra de los intereses de
las elites políticas paganas, como se ha mencionado. Prácticamente era una
imposición religiosa, mas no una elección consciente propia. En el caso de San
Agustín, pudo esta religión cristiana responder a algunas de sus inquietudes,
razón por la cual, además de volverse cristiano, su apología es muy rígida.
Este saqueo, sin duda, fue una gran ocasión para el paganismo (que aun no
acepta una religión tan discriminante y excluyente) para criticar al
cristianismo en base a intereses políticos, económicos y morales[37].
Ante
tales críticas, San Agustín aconseja el modo en el que se le debe responder a
los paganos:
“Tienen,
pues, todos los hijos del verdadero Dios su consuelo, no falaz ni fundado en la
vana confianza de las cosas mudables, caducas y terrenas, antes más bien, pasan
la vida temporal sin tener que arrepentirse de ella, porque en un breve
transcurso se ensayan para la eterna, usando de los bienes terrenos como
peregrinos, sin dejarse arrebatar de sus ligeras representaciones y sufriendo
con notable conformidad los males que prueban su constancia o corrigen su vida;
pero los que se burlan de los suaves medios de que Dios se sirve para acrisolar
nuestra justificación, diciendo al hombre perseguido cuando le ven rodeado de
calamidades temporales: “¿Adónde está tu Dios?”, digan ellos, “¿adónde están
sus dioses cuando padecen iguales infortunios, pues para eximirse de tales
vejaciones, o acuden a su adoración, o pretenden que se deben adorar?” Pero los
atribulados por la mano poderosa constantemente responden: “Nuestro Dios, en
todas partes y en todo lugar está presente, sin estar limitadamente encerrado
en un solo lugar, pues es tan visible su omnipotencia, que puede hallarse
presente estando oculto y ausente sin moverse. Este gran Señor, siempre que nos
lastima con calamidades y adversidades, lo hace, o por examinar el grado en que
se hallan nuestros méritos, o para castigar nuestras culpas, teniéndonos
preparado el premio eterno por haber sufrido con constancia estos temporales
Infortunios; pero, ¿quién sois vosotros para que yo me entregue a raciocinar
con vosotros ni de vuestros dioses, cuanto más de mi Dios, que es terrible
sobre todos los dioses, porque todos los dioses de los gentiles son demonios, y
sólo el Señor crió los Cielos?”
(La Ciudad de Dios, Libro I Capítulo
XXIX).
De
esta corta cita podemos corroborar la internalización de la “resignación”
agustiniana ante la decisión de Dios de generarnos tales calamidades para poder
pagar nuestros pecados. Además, también encaja la descripción discriminatoria,
excluyente del cristianismo, considerando a los otros dioses como demonios y al
Dios cristiano como único. Es sin duda este debate cristiano-pagano un debate
muy subjetivo, cada parte siguiendo sus intereses o creencias. Al menos en el
caso de Volusiano, se observa un matiz concreto y consistente, al mencionar en
primer plano “los intereses de la República”. Pero sus argumentos se vuelven
subjetivos al defender la idea de que toda esta coyuntura es culpa del
cristianismo, existiendo razones objetivas a tales catástrofes. Pareciese que
el pagano considerase a la “época pagana” una mejor época[38],
dejando de lado de que en estas etapas también existieron problemas de grandes
envergaduras. Al respecto Orosio, quien también escribe su obra con la misma
finalidad apologética que San Agustín, menciona, primero, que la Historia
muestra que todas las miserias y calamidades han existido siempre; y segundo,
que si se efectuara una comparación honrada entre el pasado y el presente, más
bien se deduce que la aflicción de tales males es menor en los tiempos
cristianos. En todo caso, lo que debe ser comparado no es nuestro sentido
inmediato de los males presentes con nuestros recuerdos agradables de los
acontecimientos pasados, sino acontecimientos con acontecimientos. Solo se
acuerdan de los hechos y proezas gloriosas, olvidando los sufrimientos (Löwith,
1973:202). Es clásico encontrar estas formas de pensar en tal época,
tergiversar la historia o solo coger lo que le conviene al sujeto. La
investigación histórica era muy diferente a la actual.Hacía
antes del saqueo, Roma era la encargada
de cumplir la tarea divina de “instalar e instituir el mensaje cristiano al
Mundo”, “trasladar el cielo a la tierra”. Incluso San Agustín tuvo esta idea
optimista sobre el Imperio Romano. Pero cuando comenzó a escribir La Ciudad de Dios, después de tres años
de la catástrofe en Roma, ya había abandonado la idea de identificar la
cristianización del imperio con la venida del reino de Dios (Chuaqui,
2005:278). La desgracia romana solo significaba pagar los pecados y una prueba,
en la que la Roma post-saqueo podía recomenzar su historia en base a las
lecciones aprendidas. San Agustín no creía en la eternidad de los imperios
(nada es eterno), pero llego luego a admitir que ese falso optimismo le generó
un pensamiento de “Roma eterna”. (Orlandis, 1998:52). De todos modos, nos deja
en su obra una “esperanza” para el devenir de un futuro imperio mejor siempre y
cuando pueda aprender de los errores. Pero, como cuenta la historia, solo es
cuestión de tiempo para la caída de un gran imperio del mundo Antiguo, colmados
por un conjunto de acontecimientos que ya venían desde un poco de tiempo atrás,
siendo los mas decisivos los que San Agustín no verá, por su muerte en el año
430. Aunque, pensándolo bien, puede que aun analizara los acontecimientos desde el cielo, en la Ciudad de Dios.
4.
Conclusiones
El contexto
histórico en el que vivió San Agustín (354-430) estuvo marcado dos hechos
principales: las invasiones bárbaras al imperio romano, que sin duda con
Alarico alcanzaron el máximo tope; y la subida e institucionalización del
cristianismo en el poder, generando oposiciones paganas.
A nivel
intelectual, su teología de la historia consideraba a la Historia como un
recorrido lineal, progresivo, irreversible, cuyo guionista es Dios, siendo el
hombre el realizador de los designios divinos, con un inicio (creación) y un
fin (juicio final). Todo esto resultado de su interpretación cristiana luego de
intentar con varias otras doctrinas filosóficas, las cuales no satisficieron
sus necesidades (maniqueísmo, escepticismo, etc.)
La Ciudad de Dios, la obra más importante de San Agustín y que reúne todo
su pensamiento maduro, fue inspirada desde dos fuentes: el saqueo de Roma por
Alarico en el año 410 y por tratar de cumplir la promesa que tenía con su amigo
Marcelino.
La Ciudad de Dios contra paganos es una obra dogmatico-cristiana y
apologética, generada en respuesta a las críticas paganas al cristianismo, los
cuales calificaban como el culpable de los desastres en Roma a la religión
cristiana, ya que por dejar de adorar a los otros dioses estos están
despertando su furia.
San Agustín
consideraba el saqueo de Roma como consecuencia de la providencia divina y como
un modo de pagar nuestros pecados. El desastre fue consecuencia de no haber
tomado en serio al cristianismo, de seguir con las vidas hedonistas y
epicureístas, de no obedecer los mandatos de Dios en sus sagradas escrituras,
etc. Roma debe aprender de esta lección y reconstruirse tomando en serio el
cristianismo y a su dios.
El sentimiento
de resignación cristiano está fuertemente interiorizado por San Agustín, al
aceptar los desastres como la voluntad de Dios para poder ponernos a prueba y
corregirnos, no teniendo ninguna posición los hombres para cuestionar las
decisiones divinas.
El principal
debate cristiano-pagano en torno a los desastres romanos fue la de San Agustín
y Volusiano, un pagano cuya familia tenía mucha influencia en el poder.
Volusiano aprovecho la coyuntura para criticar duramente al cristianismo,
siendo este, desde su perspectiva, contrario a los intereses del Estado. Esto
demuestra que trataba de salvaguardar sus privilegios e intereses como pagano
en el poder.
Alarico
respeto los templos e iglesias cristianas como centros de refugio, no
atacándolas. En este aspecto, genera el respeto de San Agustín hacia el
bárbaro, siendo esto resultado no de la sabiduría de esta persona, sino de la
misericordia de Dios.
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[1] Sobre este tema, el
historiador Arnoldo Momigliano apunta: “alrededor
de 417, Orosio siguió su ejemplo cuando San Agustín le solicitó que hiciera un
sumario de historia de Roma en apoyo de su Civitas Dei. Orosio le dio lo que
desde un punto de vista medieval podríamos llamar un toque cristiano final al
epítome pagano de la historia de Roma” (Momigliano, 1997: 101).
[2] Ver Carbonell, 2000:59.
[3] Es un derecho territorial,
un contrato federativo por el que los interesados aseguran la defensa de las
tierras que reciben y proporcionan ayuda militar al imperio, a cambio de una
retribución y víveres que este se compromete a darles (Carbonell, 2000:62).
[4] Lo cual puede hacer pensar
al lector en un tipo de invasiones militares o entrada del ejército barbaros en
las ciudades.
[5] “En 408 Alarico, rey de los godos, invadió el
norte de Italia […] La decadencia de Roma parecía imparable, aunque todavía
pasaría casi un siglo de dolorosas y confusas relaciones entre la romanidad y
los nuevos pueblos a los que llamamos bárbaros”. (Laboa, 2005:61)
[6] ¡Ay de los vencidos! (o
dolor al conquistado), frase con la que se indica que los vencedores no se
apiadan de los vencidos. En la actualidad es una forma de mostrar la impotencia
del vencido frente al vencedor. Según la tradición, en 390 a. C., tras su
victoria ante Roma, Breno accedió a negociar su retirada de la ciudad mediante
un rescate convenido por ambos lados combatientes. Dicho rescate consistiría en
un botín de mil libras romanas en oro (unos 327 kg aproximadamente). Cuando los
romanos percibieron que los galos habían manipulado la balanza en que se pesaba
el oro, protestaron ante su jefe Breno, quien se limitó a arrojar su espada
para añadirla al peso de la balanza mientras decía Vae victis!
[7] Término usado por E. James en su libro “Visigotic Spain. New Approaches, Clarendon Press”
(citado por Merino,
2012:3).
[8] “La noticia de la caída de Roma había consternado el mundo entero. Los
paganos vieron en ello la venganza de sus dioses abandonados y traicionados. Y
los cristianos, que durante cuatro siglos habían luchado contra la urbe,
deseándole el mismo fin que a Babilonia, se sintieron de pronto huérfanos y se
dieron cuenta de lo mucho que su misma Iglesia debía a su cañamazo político y
administrativo y a su fuerza organizadora. San Agustín, entonces obispo de
Hipona, halló en el acontecimiento el punto de partida para su obra capital, La ciudad de Dios” (Montanelli y Gervaso, 2002:63).
[11] La educación
retórica era una “mercancía a la venta” que los padres anhelaban dar a sus
hijos (Cameron, 2001:100).
[12] “Maniqueísmo. Religión asiática fundada por
Mani, persa nacido en Babilonia en el año 206 d.C., que obtuvo permiso de su
rey Shapur I para fundar una religión que tuviera la misma influencia en
Babilonia que el cristianismo en Occidente. Fue una evolución del zoroastrismo,
influida también por el budismo y el gnosticismo. Mani, con doce discípulos, se
presentó como paracleto o consolador, equivalente al Espíritu Santo en el
cristianismo. La rápida expansión del maniqueísmo en Persia antagonizó a los
sacerdotes del zoroastrismo, que se sentían hostiles a las formas introducidas
por Mani en su religión y lo consideraban un peligroso hereje; en 276 murió
crucificado […]” (Cook, 1993: 322)
[13] Al negar la afirmación del
pecado como meramente humano sería imposible la idea de que todos descendemos
de un mismo hombre pecador, Adán, la idea de una sola comunidad, la humanidad y
la posibilidad de una historia común, postulados muy contrarios a los del
cristianismo.
[14] Michael
Baigent se pronuncia al respecto: “sus
enseñanzas consistían en dualismo gnóstico unido a un edificio cosmológico
imponente y complejo. Impregnándolo todo estaba el
conflicto universal de la luz y las tinieblas; y el más importante campo de
batalla para estos dos principios
opuestos era el alma humana”. (Baigent et. al., s.f.:262)
[15] “San Agustín considera a Platón como el más
grande de los filósofos paganos, como el filósofo cuyo pensamiento es el que
más se aproxima al del cristianismo” (Fortín, 2000:180).
[16] En este sentido, el
platonismo sería la base filosófica del cristianismo.
[17] Evolución en el sentido del progreso, ya que este
se logra mediante el aumento de la revelación de Dios que se encuentra oculta.
[18] “San Agustín, por ejemplo, siguiendo el tenor
de la historia divina revelada, había constatado que las exposiciones
históricas [historisch] trataban, ciertamente, de instituciones humanas, pero
que la historia misma (ipsa historia) no era ninguna institución humana. Pues
lo que ha sucedido irreversiblemente una vez pertenece al orden de sucesión de
los tiempos (in ordine temporum habenda sunt), cuyo fundador y administrador es
Dios” (Koselleck, 2004:34).
[19] No se debe de
malinterpretar este párrafo, toda acción está regida por la providencia, pero
solo son de interés aquellos que sirven para lograr la ascensión de la ciudad
de Dios al paraíso, punto que se aclarará más adelante.
[20] “La
soberbia es un pecado simbólico y un pecado teológico. Sus raíces penetran
profundamente en el suelo de toda concepción de la vida y del universo. Superbia fue la raíz de
todo mal. La soberbia de Lucifer
fue el principio y la causa de toda perdición. Así lo vio San
Agustín y
así ha seguido siendo en el pensamiento de los que han venido después: la
soberbia es la fuente de todos los pecados que de ella brotan como de su raíz y
su tronco” (Huizinga, 1994:40-41)
[21] “Pues, ¿Dónde
estabais entonces para mí? ¡Cuán lejos estabais de mí, Dios mío! Más yo era el
que andaba alejado de vos” (Confesiones,
Libro III: capítulo VI).Cosa curiosa esta libertad, ya que cuando uno se aleja
del Señor, lo hace por su propia voluntad, en cambio, el acercarse solo es
posible por la iluminación que emana sobre nosotros.
[22] “De este modo, la Historia es una lucha incesante entre la
fe y la falta de ella” (Löwith, 1973:192).
[23]
“Pues bien, mi querido hijo Marcelino, en la presente obra, emprendida a
instancias tuyas, y que te debo por promesa personal mía, me he propuesto a
defender esta ciudad en contra de aquellos que anteponen los propios dioses a
su fundador. ¡Larga y pesada tarea esta!” (La
Ciudad de Dios, prólogo de San Agustín)
[24] En el presente trabajo, se
ha tratado de profundizar una lectura en el primer libro, ya que es este el que
muestra la concepción que tenia San Agustín con respecto a los barbaros y a las
reacciones paganas. Los demás libros profundizan temas como los mencionan
líneas arriba.
[25] Orosio, en sus Siete libros de la historia contra paganos, escritos
hacia el año 418, a instancias su maestro San Agustín, también muestra ese
sentido apologético. No es que se copiasen, sino que la coyuntura que vivieron
fue la misma, es decir, el saqueo de Roma. En comparación con San Agustín,
Orosio muestra una más cuidadosa elaboración histórica y un interesante cambio
de actitud hacia el Imperio Romano, arguyendo que, después de todo, los
barbaros no eran tan malos (Löwit 1973: 197).
[26] La aparición de
persecuciones del paganismo de modo rastrero (por la lógica cristiana de la concepción excluyente de la verdad),
los edictos, la renuncia por parte de los emperadores del cumplimiento de los
ritos paganos, demuestran el adentramiento del cristianismo como religión
dominante, vinculada al poder. De todos modos, aun en estos tiempos algunos
intelectuales y aristócratas siguen siendo fieles a su antigua religión,
encontrando en ellos el cristianismo una gran resistencia (Carbonell, 2000:103),
aspecto que se vera más adelante. Aun así, la relación que tiene el
cristianismo con el poder es decisivo para poder adaptarse, desarrollarse y
legitimarse (Ibíd. 2000:113).
[27] Es importante mencionar
que a través de varias cartas y predicaciones (San Agustín creyó que por medio
de su predicación podría responder a las objeciones) trato siempre de defender
su postura cristiana de las criticas paganas.
[28] El santo
consideraba que las perdidas materiales generadas en el saqueo son de
importancia nula, ya que las verdaderas riquezas son las que Dios te dará, como
se menciona en la cita.
[29] Con
respecto a la actitud que toma San Agustín al defender a Dios, Deschner
(1991:178) menciona: “¡Con qué
exuberancia retórica defiende el santo a Dios a la vista de la caída de Roma!
No se trata, como muy bien sabía «el filósofo del orbis universas christianus», […] de lo que pensaban los seres
humanos sobre la destrucción. Cuántos cristianos fueron torturados, asesinados
y secuestrados, […] a cuántas mujeres se violó, con cuánta frecuencia «se cebó
indebidamente la lujuria bárbara». No, no. ¡Ah, incluso la violación tiene su
lado bueno! [era necesario que paguen sus actos]. Sí, así habla «el filósofo
del orbis universus christianus», el
«gigante intelectual», el «genio en todos los campos [...]», al que todo esto
no conmociona, ¡puesto que así lo quiere Dios! ¿Y qué pretendía Dios con ello?
Lleno de citas bíblicas, farragoso, Agustín relata que Dios no quería aniquilar
Roma, sólo «poner a prueba y acendrar mediante la desgracia» a los ciudadanos,
«todo su servicio doméstico», castigarlos, purificarlos, despertarles el
sentido de la penitencia y de este modo suavizar su propia ira, quería devolver
a los romanos su benevolencia; sin duda, fines educativos de gran altura, del
más alto nivel. La sociedad humana necesita disciplina. «No se hundirán si
alaban a Dios, se hundirán si le ultrajan», «sublime es la providencia del
Creador y Conductor del mundo, "misteriosos son sus castigos e
inescrutables sus caminos".» Por eso resulta más sencillo comprender los
caminos de sus servidores; los clérigos no tienen vergüenza, no sienten
perplejidad”.
[30] “La respuesta de San Agustín fue de que mucho antes de la
aparición del Cristianismo, los romanos habían sufrido desastres semejantes, y
que Alarico se había conducido relativamente bien” (Löwit,1973:190)
[31] “San Ambrosio ve
en los bárbaros a enemigos faltos de humanidad y exhorta a los cristianos a
defender con las armas «la patria contra la invasión bárbara». El obispo Sinesio de Cirene llama escitas, «símbolo de
barbarie», a todos los invasores
y les aplica el verso de la Ilíada donde
Hornero aconseja «expulsar a esos
malditos perros que trajo el Destino».
Sin embargo, hay otros textos
en un tono bastante diferente. San Agustín, incluso deplorando la desgracia de
los romanos, se niega a ver en la caída de Roma por Alarico en el 410 otra cosa que
un hecho doloroso como tantos otros que ha
conocido la historia romana y subraya que, en contra de la mayoría de los generales romanos vencedores que se
hicieron famosos por el saqueo de las
ciudades conquistadas y el exterminio de sus habitantes, Alarico aceptó
considerar las iglesias cristianas como lugares de asilo y las respetó”. (Le Goff,
1999:22-23).
[32] San Agustín compara el accionar del bárbaro con lo que
hubiera hecho un romano durante sus conquistas o invasiones: “[…] ni los mismo romanos jamás entraron por
fuerza en alguna una ciudad de modo que perdonasen a los vencidos” (La Ciudad de Dios, Libro I, Capítulo
VI).
[33] “A quien te abofetee la mejilla derecha, ofrécele también la otra”
(Mateo 5, 39)
[34] La familia volusiana era
una de las familias más ilustres de Roma, y dio al Estado romano durante el
siglo IV muchos prefectos de la ciudad o del pretorio, procónsules, vicarios,
etc. Apoyaban vigorosamente el culto antiguo, a los dioses paganos (Cantú,
1854:946).
[35] Además de muchas otras,
como la consideración de Dios como un
Dios nómade (Kahler, 1953:66) o la contradicción aparente en su particularismo estricto y una tendencia
destacada hacia la universalidad (Ibíd., 1953:65).
[36] Los fieles buscaban la
satisfacción de sus interrogantes personales en otros cultos, elegidos por
ellos mismos y no por pura tradición (en el caso del cristianismo, hasta en la
actualidad es una religión “tradicional”). Cualquier podría escoger los cultos
que cada uno necesite, al tiempo que cumplan cuando deben con los ritos
tradicionales de la religión cívica romana (Carbonell, 2000:99).
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