Jair Adolfo Miranda Tamayo
Estudiante de Historia - UNMSM
Resumen
Los
planteamientos del interaccionismo simbólico revolucionaron la sociología a
nivel mundial, inaugurando un conductismo social y pragmático en un ambiente
intelectual conformado en su mayoría por conductistas radicales o
funcionalistas. El presente ensayo analiza a grosso modo los planteamientos de George Herbert Mead, quien
conformó las bases del interaccionismo simbólico.
Palabras clave
Escuela de Chicago, Interaccionismo
simbólico, George Herbert Mead, self.
Introducción
Las teorías del
interaccionismo simbólico revolucionaron la sociología a nivel mundial,
inaugurando un conductismo social y pragmático en un ambiente intelectual
conformado en su mayoría por conductistas radicales o funcionalistas.
Categorías como self, yo, mi, actor,
manipulación de impresiones, etc., fueron desarrolladas dentro del círculo
académico conocido como la Escuela de Chicago por intelectuales como George
Herbert Mead, Herbert Blumer, Charles Cooley, Erving Goffman, etc.
El
presente ensayo analiza a grosso modo
los planteamientos George Herbert Mead, quien conformó las bases del
interaccionismo simbólico. Para ello, se estructuró el trabajo del siguiente
modo: en la primera parte contextualizaremos al interaccionismo simbólico, cuya
cuna fue la Escuela de Chicago; inmediatamente, se exponen las principales
influencias y postulados del interaccionismo simbólico, principalmente bajo el
análisis de la obra de Herbert Blumer, El
interaccionismo simbólico: perspectiva y método; finalmente, pasaremos a
detallar algunos de los puntos más importantes de las teorías de George Herbert
Mead.
1. La Escuela Sociológica de Chicago
La
Universidad de Chicago de Estados Unidos vio nacer el primer departamento de
sociología del mundo en 1895. Gracias a Lester Small, su primer director, y a
la Revista Americana de Sociología,
lanzada ese mismo año, el departamento consiguió que en él trabajaran
científicos sociales de gran talla. Ello permitió que más tarde se formara una
escuela muy notable, sobre todo por sus estudios de sociología urbana. Mientras
tanto, otras universidades comenzaron a seguir el ejemplo de la de Chicago y,
en abierto contraste con Europa, se comenzaron a abrir escuelas y departamentos
de sociología en todo el país[1].
La
Escuela Sociológica de Chicago se desarrolló principalmente entre los años 1910
y 1940. Como menciona Hans Joas, no tenía un teórico inequívocamente decisivo
ni un programa de investigación claramente definido; consistía más bien en un
complejo entramado de pensadores e investigadores más o menos importantes cuyas
influencias mutuas es difícil reconstruir ahora[2]. El análisis de esta escuela
debe ser realizado sin crear la falsa impresión de que hubo una homogeneidad
absoluta o una estabilidad temporal. Pero dicha empresa escapa a este trabajo,
por lo que no profundizaremos en estos debates.
La
Escuela de Chicago podría describirse como:
la combinación de una filosofía pragmática, de un intento
de dar una orientación política reformista a las posibilidades de la democracia
en condiciones de rápida industrialización y urbanización, y de los esfuerzos
por convertir la sociología en una ciencia empírica concediendo una gran
importancia a las fuentes precientíficas del conocimiento empírico.[3]
El
concepto base del pragmatismo es que
solo es verdadero aquello que funciona, enfocándose así en el mundo real
objetivo, aspecto que retomaremos más adelante. Ello es reforzado por los
procesos históricos ocurridos durante el desenvolvimiento de la Escuela de
Chicago: Estados Unidos seguía sumergido en un proceso de industrialización y
crecimiento demográfico que venía desde el siglo XIX, aspecto que se ve
plasmado en un rápido proceso de urbanización; el desarrollo de la opinión
publica moderna, el aumento de las tecnologías de información, el sistema
democrático y la inmigración europea son también influyentes. Por último, por fuentes precientíficas podemos entender
las fuentes o datos que para la época no eran de uso común en las ciencias
sociales, es decir, eran no convencionales, como por ejemplo la cultura de lo
urbano, lo oral, etc. Estas fuentes influyeron teórica y metodológicamente en
los estudios de sociología urbana, la cual consiste en pensar la ciudad como un
espacio urbano ordenado, modificado. Como en la mayoría de las áreas de la
sociología, los sociólogos urbanos usan el análisis estadístico, la
observación, la teoría social, las entrevistas, las tendencias de migración y
demografía, la economía, la pobreza, las relaciones interraciales, las
tendencias económicas, etcétera. Pero la sociología urbana no es hacer sociología
de todo lo que ocurre en la ciudad. Como menciona Brigitte Lamy:
La sociología urbana se centra sobre lo propiamente
urbano de los diversos aspectos de la vida social; interroga sobre la manera en
que los elementos que estructuran de manera específica las relaciones entre
actores, instituciones y grupos sociales constituyen a la ciudad como entorno[4].
Hasta
los años treinta, la Escuela de Chicago fue la hegemónica en Estados Unidos. Es
en ese momento cuando se vio desplazada por las de Columbia y Harvard. La
pérdida de hegemonía se debió a que la Escuela de Chicago se encerró en sí
misma, no supo ver y apropiarse de los avances que se estaban dando en Europa y
solo trabajó en su ciudad de origen. Fue después de su desintegración cuando
sus postulados comenzaron a hacerse famosos en todo el orbe.
Sus
aportes para la comprensión de lo social desprenden un marco conceptual
concreto. El interaccionismo simbólico logró transformar sus ideas
fundamentales en una teoría concreta de la ciencia social e investigación
empírica. Es este último aspecto el aporte más rescatable de la Escuela de
Chicago.
Robert
Parck (1864-1944) fue pante, se
pueden estudiar diferentes conceptos de la comunicación y de las relaciones
sociales. De esta forma, logra unir el análisis sociológico con el
antropológico, lo cual será continuo en la Escuela de Chicago. Parck denominó a
sus estudios como ecología humana.
Dichas teorías fueron desarrolladas y perfeccionadas posteriormente por Charles
Horton Cooley (1864-1929), Walter Lippmann (1889-1974) en los estudios sobre
opinión pública y periodismo, y por los interaccionistas simbólicos.
William
Thomas (1863-1947), junto con George Mead (1863-1931) y Charles Horton Cooley[5], fueron los iniciadores de
lo que Herbert Blumer (1900-1987) conoce como interaccionismo simbólico. Ellos estudiaron la comunicación como un
hecho social significativo y mostraron un considerable interés por la opinión
pública. Inauguraron el conductismo social en un contexto intelectual en que o
bien se trabajaba con el individuo bajo teorías conductistas mecanicistas[6] o funcionalistas[7].
Además
de los mencionados, podemos rescatar los siguientes autores asociados a la
Escuela de Chicago: Ernest Burgess (1886-1966), Edwin Sutherland (1883-1950),
Walter Lippmann (1889-1974) y Erving Goffman (1922-1982).
2.
El
interaccionismo simbólico
Las teorías del
interaccionismo simbólico se enfocan en la interpretación o significados
sociales que la gente le da a su conducta mutua. Al realizar esa interpretación
construyen el mundo social, la identidad individual y en, último término, definen
la manera cómo se comportan ante los demás. Lo que le preocupa a la teoría
interaccionista es la forma en que se construyen dichos significados.
Los
antecedentes del interaccionismo simbólico los podemos encontrar en las obras
de los siguientes autores: John Dewey (pragmatismo), John B. Watson
(conductismo radical) y George Herbert Mead (conductismo social). Pasemos a
enumerar sus principales planteamientos.
Las
ideas centrales del pragmatismo pueden ser resumidas en dos postulados: a) la
realidad no existe fuera del mundo real, y b) las personas recuerdan los
conocimientos útiles y definen los objetos útiles para ellas. John Dewey (1859-1952),
considerado como uno de los filósofos norteamericanos más importantes de la
primera mitad del siglo XX[8], fue un representante del
pragmatismo. Esta teoría plantea que aunque los macrofenómenos existen, no
tienen efectos independientes y determinantes sobre la conciencia y la conducta
de los individuos. Los individuos, como actores existencialmente libres,
aceptan, rechazan, modifican o definen normas, roles, creencias, etc., todo con
base en lo que ellos consideran útiles. De dicha manera:
[esta] filosofía constituye […] una formulación explícita
de los diversos intereses de la vida y
una propuesta de puntos de vista y de métodos mediante los cuales puede
efectuarse el equilibrio mejor de los intereses […] [los cuales son] una
identidad activa o motora del yo con cierto objeto.[9]
John
B. Watson (1878-1958) fue representante del conductismo radical. Para él, lo
central era el análisis de las conductas observables de los individuos. Defendía
que a todo estímulo le correspondía una respuesta, no reconociendo la existencia
de los procesos mentales (solo analizaba lo que se podía observar). En 1913
publicó un artículo en la revista The Psychological
Review, titulado Psychological as the
behaviorist views it, también conocido
como el manifiesto conductista, donde Watson planteaba la
necesidad de abandonar la introspección como método, el cuál era considerado
como un método erróneo y a la vez confundía conceptualmente el verdadero objeto
de estudio de la psicología, a fin de convertir a la psicología en una ciencia
objetiva comparable a las demás ciencias naturales ya consolidadas[10]. Esto puede ser traducido
como una crítica a la introspección psicoanalítica fundada por Sigmund Freud a
finales del siglo XIX y comienzos del XX.
George
Herbert Mead, con su conductismo social, entró en debate con el conductismo
radical de Dewey. Reconoció la importancia de las conductas observables,
priorizando el análisis de los procesos encubiertos que ocurren entre el
estímulo y la respuesta, saliendo del clásico análisis mecanicista de causa-efecto.
Si incluyó dentro del análisis el estudio de las facultades mentales y el
lenguaje. Para Mead, el acto era la
unidad fundamental de estudio, definido como todos los procesos de la actividad
humana que no aparecen a la observación externa: atención, percepción,
imaginación, razonamiento, emoción, etc. Los planteamientos de Mead serán
retomados y profundizados en una sección particular.
El
pragmatismo de Dewey y el conductismo social de Mead fueron enseñados en la
Universidad de Chicago. Herbert Blumer fue uno de los influenciados. A él se le
reconoce la fundación del interaccionismo simbólico, acuñando dicho término en
1937[11].
Para
Blumer, el conductismo radical y el funcionalismo estructural se centraban en
estímulos externos y normas sociales como determinantes de la conducta, dejando
de lado los procesos mentales. Para el análisis de lo social, dicha metodología
es deficiente. Según el intelectual[12], el interaccionismo
simbólico es una solución a dicha deficiencia, pues contempla el comportamiento
y la sociedad humana sobre la base de las siguientes premisas:
- Naturaleza de la vida en las sociedades
y grupos humanos: los grupos humanos están formados por individuos
comprometidos en la acción. Esta consiste en las innumerables actividades que
las personas llevan a cabo en su vida, tanto en sus relaciones con los demás
como al afrontar la serie de situaciones que se plantean. “Este concepto de
sociedad humana como acción tiene que ser el punto de partida (y también de
retorno) de todo esquema que pretenda tratar y analizar la sociedad
empíricamente”[13].
- Naturaleza de la interacción social: una
sociedad se compone de individuos que entablan una interacción social con los
demás. La interacción es un proceso que forma
el comportamiento humano, en lugar de ser un simple medio o marco para la
expresión y liberalización del mismo. El ser humano, en interacción con otras
personas, ha de tener en cuenta lo que cada cual está haciendo o a está a punto
de hacer; es decir, está obligado a orientar su propio comportamiento o a
manejar sus situaciones en función de aquello que los otros toman en
consideración.
- Naturaleza de los objetos: los
“mundos” que existen para los seres humanos y para los grupos formados por
estos se componen de “objetos”, los cuales son producto de la interacción
simbólica. Un objeto es todo aquello que puede ser indicado, todo lo que puede
señalarse o a la cual puede hacerse referencia. El significado de estos objetos
está determinado por el modo en el que una persona ve el objeto. Un mismo
objeto puede tener distintos significados para diferentes individuos. Dicho
significado dado emana fundamentalmente del modo en que éstos le han sido
definidos por aquellos con quienes “interactúa”.
- El ser humano considerado como organismo
agente: un individuo puede ser objeto de sus propios actos. La
identidad que un sujeto se arma de sí mismo es lo que Blumer llama self. Por ejemplo, puede concebirse como
un hombre joven, estudiante, endeudado, intentando hacerse médico, procedente
de una familia humilde, etc. En todos estos casos es un objeto para sí mismo,
que se ha ido formando con base en la interacción con otros y de lo que los
demás esperan de él. “De esta suerte obtenemos una descripción del ser humano como
un organismo que entabla una interacción consigo mismo a través de un proceso
social de autoformulación de indicaciones”[14]. El interaccionismo
simbólico mantiene un punto de vista sobre las personas fundamentalmente
distinto. Considera que el individuo es “social” en un sentido mucho más
profundo: como organismo capaz de entablar una interacción social consigo mismo
formulándose indicaciones y respondiendo a las mismas.
- Naturaleza de la acción humana: la
capacidad de la persona para autoformularse indicaciones confiere a la acción
humana un carácter distintivo. Significa que el individuo se halla ante un
mundo que debe interpretar para poder actuar y no ante un entorno frente al que
responde en virtud de su propia organización. Entonces pasamos de un
condicionamiento mecanicista a un condicionamiento social.
- La interconexión de la acción: esto
no significa que una acción conjunta social deba ser analizada en base a una
fragmentación de actos aislados que la componen. Las actividades colectivas se
forman con base en un proceso de designación e interpretación de papeles
sociales. De esta forma, se critica el funcionalismo, planteando una
interrelación entre funciones y relaciones sociales.
Continuando
en esta línea, Erving Goffman, padre de la microsociología y uno de los más
importantes sociólogos del siglo XX, al lado de Max Weber, Emilio Durkheim y George
Mead, contribuyó notablemente en perfeccionar el interaccionismo simbólico. En
su obra La presentación de la persona en
la vida cotidiana[15],
publicada en 1859, entiende las
relaciones sociales bajo el esquema interpretativo de la dramaturgia[16]. Toda acción/actuación
obedece a una lógica bien estructurada, la cual no es casi nunca un fin en sí
misma, sino un método o un procedimiento para llegar a un objetivo que es,
mediante las impresiones y actitud, lograr que los demás (el auditorio) creen un
concepto óptimo del individuo, y que por
ende lo traten como, supuestamente, él desea. Ello conforma “una máscara[17]”. Es de este modo como
actuamos en la vida pública, en el “escenario”, pero “detrás del telón” o
“fuera de escenario”, en nuestra vida privada, podemos llegar a actuar de forma
muy distinta.
Goffman
termina La presentación la persona en la
vida cotidiana con una reflexión adicional sobre el arte de manejar las
impresiones. En términos generales, la
manipulación de las impresiones se orienta a impedir una serie de acciones
inesperadas, como gestos espontáneos, intrusiones inoportunas y pasos en falso,
así como acciones deliberadas como “hacer una escena”[18].
3.
El
interaccionismo simbólico de George Herbert Mead
Como a varios interaccionistas simbólicos, el pragmatismo y el conductismo influyeron
poderosamente en Mead. Sus escritos conforman las bases y líneas generales
sobre las cuales se alza los planteamientos del interaccionismo simbólico y la
autorreflexión. Ayudó a desarrollar una teoría socio-psicológica de la
interiorización, principalmente en su teorización sobre el self y el otro generalizado, que
constituía un avance importante respecto a los teóricos sociales europeos[19].
Nacido
en Estados Unidos en 1863, se interesó por la filosofía, sociología y
psicología. En una carrera intelectual de más de cuarenta años, escribió y
publicó cuantiosos artículos y reseñas de libros, muchos de los cuales son
básicos para entender varios aspectos de la Escuela de Chicago, de la que Mead formó
parte. Sin embargo, aunque parezca increíble, no publicó ningún libro. Los que
en la actualidad tenemos son libros post
mortem, editados por sus amigos o alumnos: La filosofía del presente (1932), Espíritu, persona y sociedad: desde el punto de vista del conductismo
social (1934), Movimientos del
pensamiento en el siglo XIX (1936), La
filosofía de la ley (1938), entre otros. Murió de un paro cardiaco en 1931.
En
la presente sección nos centraremos en presentar algunos de sus postulados más
resaltantes, principalmente basándonos en el análisis de su obra Espíritu,
persona y sociedad: desde el punto de vista del conductismo social,
libro que puede ser considerado como uno de los fundadores de la psicología
social y de la tradición sociológica estadounidense.
Para
Mead, como bien habíamos adelantado, el acto
era la unidad fundamental de estudio, “la unidad más primitiva de su teoría”[20]: comprende los procesos
de la actividad humana que no aparecen a la observación externa: atención,
percepción, imaginación, razonamiento, emoción, etc. El estímulo no provocaba
una respuesta automática e irreflexiva en el actor humano, más bien concibe “el
estímulo como una ocasión y oportunidad para actuar, no como una compulsión o
mandato”[21].
El acto, según el autor en su libro The philosophy of the act (1938), comporta
cuatro fases: a) el impulso, donde el estímulo sensorial aparece (por ejemplo,
el hambre); b) la percepción, donde el actor percibe a través de los sentidos
las imágenes mentales son opciones que tiene para responder a ese estímulo; c)
la manipulación, la cual es la acción que una persona emprende con respecto a
sus opciones, es decir, es un proceso de deliberación; y d) la consumación,
donde se ejecuta la acción que satisface el impulso original. En todo este
proceso, la persona puso en juego su destreza para manipular el objeto y su
capacidad de pensar al decidirse por la acción (respuesta) que pueda ayudar a
satisfacer el impulso.
Mientras
que el acto implica una sola persona,
el acto social implica a dos o más. En
esta relación, aparece la categoría de gesto,
entendido como un mecanismo básico del acto social: “son movimientos del
primer organismo que actúan como estímulos específicos de respuestas
(socialmente) apropiadas del segundo organismo”[22], es decir, es la acción
de un individuo que provoca automática e irreflexivamente la reacción de otro
individuo.
Dicha
relación entre dos o más personas genera una conversación de gestos. En su nivel más básico, solo es una
reacción instintiva sin mediar proceso mental alguno. Ello lo podemos observar
en los gestos de algunos animales, las muecas instintivas de algunas personas,
etc. Este tipo de gestos instintivos Mead los llama gestos no significantes, y para el actor en algunos casos pueden
pasar desapercibidos[23].
Pero
en el caso de los humanos, nosotros también realizamos los llamados gestos significantes[24],
los cuales requieren una reflexión por parte del actor antes de que se produzca
una reacción. El lenguaje es un gesto
vocal, el más importante de entre los gestos significantes. Los gestos significantes y el gesto vocal, es decir, el empleo de símbolos significativos, son la base de
la comunicación humana.
Al
producir un gesto vocal, nos
escuchamos (nos percatamos de lo que estamos comunicando) e influye tanto en el
hablante como en el oyente. En el caso del lenguaje, usa símbolos que evoca
significados de la experiencia, tanto del primer individuo como del segundo. Los
gestos vocales son controlables, y son el medio para la organización social,
pues como menciona Mead:
La especialización del
animal humano dentro de este campo del gesto [es decir, pasar de gestos no
significantes a significantes] ha sido responsable, en definitiva, del origen y
desarrollo de la actual sociedad humana y de sus conocimientos, con todo el
dominio sobre la naturaleza y sobre el medio humano posibilitado por la ciencia[25].
Los
símbolos significantes hacen posible los procesos
mentales y la interacción simbólica. Pasemos
a explicar primero los procesos mentales según Mead, los cuales están
compuestos por la inteligencia, la conciencia y la mente.
En
términos generales, Mead defines la inteligencia
como la adaptación mutua de los actos de los organismos[26]. Los animales tienen inteligencia irracional, mientras que
los humanos tienen inteligencia racional,
porque tienen la capacidad de conversar consigo mismos, es decir, piensan, en
base al uso de símbolos significantes, lo cual no hacen los animales. Pero lo
más importante de la inteligencia reflexiva de los humanos es su capacidad de inhibir
temporalmente la acción, mientras que se piensa cómo se actuará, que se
elegirá, qué consecuencias traerá, etc.
En
el caso de la conciencia, Mead le da
dos significados: a) es aquello a lo que solo tiene acceso el actor,
relacionado con lo subjetivo (dolor, placer); y b) es la inteligencia
reflexiva, es decir, la manera en que pensamos sobre el mundo social, pues las
imágenes mentales que tenemos son resultado de las relaciones sociales en donde
hemos estado imbuidos. Es el segundo significado que más importancia tiene para
el autor, pues “La conciencia debe explicarse como un proceso social. Es decir, a diferencia de la mayoría de los
analistas, Mead cree que la conciencia no
está ubicada en el cerebro”[27].
Sobre
la base de dicha consideración de la conciencia,
Mead debate sobre el significado de un
gesto: no es resultado de un fenómeno psíquico o una idea, sino que reside
dentro del acto social.
La mente, al igual que la conciencia, es un
proceso, y no una cosa. Es una
conversación interna con nosotros mismos, es un fenómeno social que no se
encuentra dentro del individuo. Es la capacidad para hacer cualquier cosa o
reacción organizada. Pero a diferencia de la inteligencia, la mente es la
capacidad para responder al conjunto de la comunidad y de poner en marcha una
respuesta organizada para solucionar los problemas[28]. Mientras que la
inteligencia está más relacionada con lo individual, la mente está relacionada
con el ser social.
El
aporte más significativo de Mead en lo relacionado al interaccionismo simbólico
es su teorización sobre el self. En
palabras del autor:
El self solamente
ha aparecido en la conducta social de los vertebrados humanos. El individuo se
convierte en un objeto para sí mismo, precisamente, porque se descubre adoptando
las actitudes de los otros que están implicados en su conducta. Únicamente
adoptando los roles de otros hemos sido capaces de volver sobre nosotros mismos[29].
El self es la capacidad de considerarse a
uno mismo como objeto, es decir, la capacidad de ser tanto sujeto y objeto, en
base a la reflexión. Implica la capacidad de ponernos inconscientemente en el
lugar de otros y de actuar como lo harían ellos, controlar las acciones, lo que
estamos diciendo, lo que vamos a decir.
Mead
sitúa la génesis del self en dos
etapas del desarrollo infantil: a) etapa del juego, en donde el niño aprende a
adoptar la actitud de otros niños, es decir, los niños juegan a ser otro. En
esa etapa ellos crean un self limitado,
pues adoptan el papel de otros particulares (papá, mamá, superhéroes, villanos,
etc.); y b) etapa del deporte, donde el niño adopta la actitud de todos los que
están involucrados en la interacción, como por ejemplo, el juego de fútbol. En
el deporte hay una serie de reacciones de los otros, de tal modo organizadas,
que la actitud de uno provoca la actitud del otro. Además, reglas y sanciones
deben ser interiorizadas, si no, no serás aceptado en el grupo para poder
participar. El niño comienza a tener miedo de ser rechazado o castigado, por lo
que debe asumir las reglas. Es en esta última etapa donde se empieza a perfilar
la personalidad del individuo, con base en la aparición del otro generalizado.
Se
entiende por el otro generalizado a la
capacidad de asumir las actitudes del grupo al que pertenece para así
desarrollar el self completo. El self requiere ser miembro de una
comunidad, para poder asumir el otro
generalizado, es decir, los patrones sociales y actitudes de dicha
comunidad. Para poder oponerse al otro
generalizado, el individuo debe construir un otro generalizado aún mayor, y luego responderle al grupo al cual se opone.
El self está compuesto por dos aspectos: el
yo y el mi. El yo está
relacionado con la personalidad definida del sujeto, lo cual lo define como
único y original. Este aspecto hace posible el cambio en las sociedades. Por
otro lado, el mi es el conjunto de
actitudes de la comunidad asumidas por el sujeto, es decir, se refiere al
individuo habitual y convencional que ha adoptado el otro generalizado. Este aspecto permite al individuo vivir cómodamente
en el mundo social (una especie de conformismo).
La
sociedad y sus actitudes se interiorizan en forma de mi. Dichas respuestas comunes o hábitos conforman instituciones, que son formas organizadas
de la actividad del grupo social. Además, contienen elementos controladores de
las acciones. Estos hábitos comunes de la comunidad se internalizan por medio
de la enseñanza y la instrucción[30].
4.
Conclusiones
- La
Escuela Sociológica de Chicago de Estados Unidos comenzó a formarse a inicios
del siglo XX. Influenciada por un fuerte pragmatismo, aportó teórica y
metodológicamente en los estudios de sociología urbana, siendo su producto más
notable el interaccionismo simbólico. Entre sus principales representantes
tenemos a Robert Parck, William Thomas, George Mead, Charles Horton Cooley,
Herbert Blumer, Walter Lippmann, Erving Goffman, entre otros.
- Las
teorías del interaccionismo simbólico se enfocan en la interpretación o
significados sociales que la gente le da a su conducta mutua. Al realizar esa
interpretación, construyen el mundo social, la identidad individual y en,
último término, cómo se comportan ante los demás. Lo que le preocupa a la
teoría interaccionista es la forma en que se construyen dichos significados
- Los
antecedentes del interaccionismo simbólico los podemos encontraran las obras de
los siguientes autores: John Dewey (pragmatismo), John B. Watson (conductismo
radical) y George Herbert Mead (conductismo social, crítico del conductismo radical).
- Los
postulados de George Herbert Mead conforman las bases y líneas generales sobre
las cuales se alza los planteamientos del interaccionismo simbólico y la
autorreflexión. Ayudó a desarrollar una teoría socio-psicológica de la
interiorización, principalmente en su teorización sobre el self y el otro generalizado. El aporte más
significativo de Mead es su teorización sobre el concepto de self es la capacidad de considerarse a
uno mismo como objeto, es decir, la capacidad de ser tanto sujeto y objeto, en
base a la reflexión. Implica la capacidad de ponernos inconscientemente en el
lugar de otros y de actuar como lo harían ellos, controlar las acciones, lo que
estamos diciendo, lo que vamos a decir.
NOTAS
[1] Salvador GINER, Historia del pensamiento social, Barcelona, Editorial Ariel, 1982,
pp. 623
[2] Hans JOAS, “Interaccionismo
simbólico”, en Anthony GIDDENS et. al., La
teoría social hoy, México, Alianza Universidad, 1898, pp. 115.
[3] Hans JOAS, “Interaccionismo
simbólico…”, pp. 116.
[4] Brigitte LAMY, “Sociología urbana o
sociología de lo urbano”, en Estudios
demográficos y urbanos, Vol. 21, Nº 1, 2006, pp. 214.
[5] Posteriormente también Walter
Lippmann (1889-1974) y Erving Goffman (1922-1982).
[6] El conductismo es la filosofía
especial de la psicología como ciencia del comportamiento, entendido éste como
la interacción históricamente construida entre el individuo y su ambiente
físico, biológico y social. Cubre, así, rangos cognitivos, emotivos, sensorios
y motores. Se le critica que en muchos casos trabaje al individuo como una
máquina aislada.
[7] En términos generales, la teoría
funcionalista defiende que las sociedades contienen mecanismos propios capaces
de regular los conflictos y las irregularidades, así como las normas que
determinan el código de conducta de los individuos, los cuales variarán en
función de los medios existentes, y esto
es lo que rige el equilibrio social. Por lo que pasemos a entender a la
sociedad como un “organismo”, un sistema articulado e interrelacionado. A su
vez, cada una de estas partes tiene una función de integración y mantenimiento
del propio sistema. Se le critica su excesiva consideración de la sociedad como
una “máquina aislada”.
[8] Robert WESTBROOK, “John Dewey
(1859-1952)”, en Perspectivas, Vol.
XXIII, Nº 1-2, 1993, pp. 289.
[9] Miguel CADRECHA, “John Dewey:
propuesta de un modelo educativo: fundamentos”, en Aula Abierta, Nº 55, 1990, pp. 65.
[10] Emilio RIBES, “John B. Watson: el
conductismo y la fundación de la psicología científica”, en Acta Comportamentalia, Vol. 3, 1995, pp.
66-78.
[11]
“El término “interaccionismo simbólico” es en cierto modo un barbarismo que
acuñé con carácter informal en un artículo publicado […]. El vocablo acabó
siendo aceptado y hoy es de uso general”. Herbert BLUMER, El Interaccionismo
simbólico, perspectiva y método, Barcelona, Editorial Hora Nova. 1982, pp. 5-
16.
[12] Herbert BLUMER, El Interaccionismo simbólico… pp. 5- 16.
[13] Herbert BLUMER, El Interaccionismo simbólico…, pp. 5.
[14] Herbert BLUMER, El Interaccionismo simbólico…, pp. 10.
[15] Erving GOFFMAN, La presentación de la persona en la vida cotidiana, Buenos Aires,
Amorrortu Editores, 1997.
[16] La obra de Goffman incluye varias
categorías como actuación, fachada, escena, auditorio, puesta en escena, etc.
[17] “Probablemente no sea un mero
accidente histórico que el significado original de la palabra persona sea
máscara. Es más bien un reconocimiento del hecho de que, más o menos
conscientemente, siempre y por doquier, cada uno de nosotros desempeña un rol
[…]. He usado el término “actuación” para referirme a toda actividad de un
individuo que tiene lugar durante un período señalado por su presencia continua
ante un conjunto particular de observadores y posee cierta influencia sobre
ellos”. Erving GOFFMAN, La presentación de la persona…, pp.
31-33.
[18] Erving GOFFMAN, La presentación de la persona… pp. 223-253.
[19] Hans JOAS, “Interaccionismo
simbólico”, pp. 127.
[20] George RITZER, Teoría sociológica contemporánea, Editorial McGraw-Hill, México,
1993, pp. 220.
[21] George MEAD, The Individual and the social self: unpublished Word of George Herbert
Mead, citado y traducido en George RITZER, Teoría sociológica…, pp. 221.
[22] George MEAD, Espíritu, persona y sociedad: desde el punto de vista del conductismo
social, Editorial Paidós, Barcelona, 1982, pp. 61.
[23] Para ilustrar la conversación de
gestos, Mead elabora el siguiente caso: “El acto de cada perro se convierte en
el estímulo de la reacción del otro perro. Existe, pues, una relación entre
ambos: y así como el acto es contestado por el otro perro, el primero sufre, a
su vez, cambios. El propio hecho de que el otro perro esté dispuesto a atacar a
otro se convierte en estímulo para que el otro perro cambie su actitud o su
posición. No bien ha hecho tal cosa, cuando tal cambio de actitud del segundo
perro hace, a su turno, que el primero cambie de actitud. Tenemos ahí una
conversación de gestos”. Conforma una conversación de gestos no significante,
ya que el ladrido de un perro no es significante. George MEAD, Espíritu, persona…, pp. 85.
[24] Lo que Mead denomina conversación de gestos y empleo
de símbolos significativos, en Blumer se denomina respectivamente interacción simbólica e interacción no simbólica. La primera
tiene lugar cuando una persona responde directamente al acto de otra sin
interpretarlo, mientras que la segunda implica la interpretación del acto.
Herbert BLUMER, El Interaccionismo
simbólico…, pp. 6.
[25] George MEAD, Espíritu, persona…, pp. 61.
[26] George RITZER, Teoría sociológica…, pp. 227.
[27] George RITZER, Teoría sociológica…, pp. 228.
[28] Aquí vemos una consideración
pragmática de la mente en Mead.
[29] George MEAD, “La génesis del self y
el control social”, en Revista Española
de Investigaciones Sociológicas, Nº
55, pp. 1991, pp. 178.
[30] Para Mead, el conocimiento siempre es
acción y reconstrucción, lo cual implica inevitablemente cambio. El sujeto
logra la identificación no de modo pasivo, sino interiorizando los patrones
luego de una resistencia donde la consideración del otro entra en juego. “En suma, los objetos posee dos
características primordiales desde el punto de vista de la experiencia
individual: La primera tiene que ver con la continuidad que hay entre
experiencia de presión en el organismo y la resistencia en el objeto físico. La
segunda característica del objeto viene tomada prestada del organismo, se gesta
en el devenir objeto de esa primera entidad, y es lo que llama “tener una
interioridad.” Es decir, que hay una resistencia idéntica en el organismo y en
el objeto que abre la puerta a ese préstamo”. Miquel DOMÉNECH, et. al. “George
Herbert Mead y la psicología social de los objetos”, en Psicología & Sociedade, Nº 15, 2003, pp. 26.
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