Jair Adolfo Miranda Tamayo
Estudiante de Historia - UNMSM
Resumen:
La
cultura del don es uno de los mecanismos más importantes de la Corona española
del siglo XVI y XVII para dar cohesión a la monarquía y legitimar la jerarquía impuesta
en el Nuevo Mundo. El presente apunte tratará de mostrar de un modo general cómo
es que a través de la dádiva al súbdito se observa la formación de relaciones
recíprocas, clientelares y patrimoniales.
Palabras
claves:
Don,
liberalidad, Corona Española, poder.
L
|
a liberalidad, la lógica del favor y la
cultura del don son tal vez los mecanismos más importantes de la Corona
española del siglo XVI y XVII para dar cohesión a la monarquía y legitimar la
jerarquía impuesta en el Nuevo Mundo. Dichos mecanismos son eficientes durante
estos primeros siglos, caracterizados por una debilidad institucional, redes de
parentesco en el poder, patronazgo, corrupción, conflictos, violencia política,
etc.
“El gobernante (ya
fuera un monarca o uno de sus virreyes)
debía ser liberal”, esto era algo con lo que todos los tratadistas de la
época estaban de acuerdo (Cañeque 2005:9). Es decir, ser dadivoso, dar favores,
sean mercancías o cargos públicos. El obsequio dado al súbdito genera un
sentimiento de obligación moral, de agradecimiento, lo cual puede asegurar su lealtad.
Es
una relación mutua: tanto el súbdito como el dadivoso tienen obligaciones hacia
el otro. El compromiso del súbdito es ser leal y eficiente, mientras que la
autoridad debe proteger a su súbdito, recompensarlo constantemente, es decir,
renovar los lazos recíprocos constantemente. Esto es propio de un modelo feudal
y patriarcal traído desde España al Nuevo Mundo. Este patriarcalismo era un
principio según el cual cualquier grupo, familia o agregado humano conformaba
una jerarquía que iba desde los más humildes o más jóvenes hasta una figura
principal bajo cuya protección y dominio se colocaban y que era la fuente de
todo logro (Lockhart 1992:15). De este modo, las relaciones de poder se forman
bajo regímenes patriarcalistas, lo que conllevaba a las relaciones de
parentesco y clientelaje que veremos más adelante.
“El rey se convirtió así en el gran
patrón de los súbditos” (Cañeque 2005:11). Pero el constante crecimiento del poder
regional de algunos virreyes o autoridades en el Nuevo Mundo, junto con el poco
control institucional y la ineficiente vigilancia real de los primeros años,
generó que poco a poco el virrey sea el
gran patrón de los súbditos, beneficiando a sus allegados dentro de
relaciones de parentesco o de clientelaje, otorgando cargos públicos, concesiones
de corregimientos o alcaldías.
Las
actividades de corrupción caracterizaban a dicho sistema de gobierno. Pero el
ejercicio del patronazgo y la existencia de redes clientelares de parentesco no
deben verse como una actividad generalizada en América Latina, sino como una
actividad legítima en una sociedad muy diferente a la actual (Cañeque 2005:21).
Incluso, en la misma España, “pervivían
tradiciones de favoritismo, nepotismo y patrimonialización de los oficios,
incluso en los tribunales” (Lockhart 1992:19).
Esta
situación, junto con las denuncias de corrupción y abusos a los naturales por
parte de la autoridades, como bien describe un temprano Bartolomé de las Casas[1] o
un posterior Guamán Poma de Ayala[2],
ayudó a que la Corona comience a tomar medidas, como la Real Cédula de 1619,
que buscaba poner orden en la distribución de oficios. Los abusos se cometían
sobre todo porque los virreyes nombraban para los puestos más importantes a sus
parientes en vez de escoger personas de experiencia,
celo y cristiandad. Incluso, arrimaban a los descendientes de
conquistadores para poner en primer plano a sus “clientes”.
Con
estas medidas, la Corona se encargaba de elegir algunos de los principales
cargos. Esto repercutía negativamente en el poder de los virreyes, quienes
quedarían despojados de su cultura del don, autoridad y respeto. Por esta
razón, la Corona no pudo quitarles la capacidad completa de elegir a los
funcionarios de los cargos, ya que es imprescindible que los virreyes tengan
autoridad y sean respetados para una óptima administración. Aun así, serán
varias las veces que la Corona hará recordar la Real Cédula de 1619, cuando ésta
sienta que sus intereses están en juego.
Esta
cultura del don y sus implicancias no tienen como base leyes escritas, sino la
amistad, el amor, el deber, el honor (si no devolvías eras mal considerado), la
cristiandad (si no devolvías eras un pecador). Esto es propio de la poca
institucionalización ya mencionada durante los primeros años de la Colonia,
donde las instituciones, además de ineficientes, estaban encarnadas en personas.
La ley o la justicia estaban representadas por individuos. Incluso, este
sistema del don es mucho más efectivo que la violencia coercitiva en dicha
época. “El gobierno por medio de
relaciones clientelares y de patronazgo es típico de estados con un nivel de
centralización incompleto, como lo era la monarquía hispana de los siglos XVI y
XVII” (Cañeque 2005:30). En el caso del Perú, esta situación es notable
durante los primeros años de la Colonia, con las guerras de los encomenderos,
sublevaciones ante las Nuevas Leyes de 1542, etc. Recién con el virrey Toledo
puede haber un proceso de transformación o reconstrucción duraderos (hasta las
reformas borbónicas) de todo el orden político y social del país (Brading
1991:152).
Pero
esta cultura del don no es exclusiva de la España moderna que irrumpió en el
Nuevo Mundo a finales del siglo XV. En el caso de los incas, por ejemplo, el
sapa inca otorgaba a los generales más destacados dádivas que podían ir desde finas
telas hasta bellas acllas, adentrándolos en una relación recíproca de
obligaciones, obediencia y lealtad. Los mitayos también recibían regalos
(alimentos, ropas). Además, durante las pláticas políticas entre el curaca y el
inca, el regalo simbolizaba la búsqueda de alianzas. Llegada la conquista
española, esto puede haber sido decisivo durante la actividad de acoger mano de
obra nativa por parte de los españoles dentro de los regímenes de encomiendas.
Por ejemplo, una relación recíproca entre encomendero y curaca pudo dar al
primero un status legítimo sobre su encomienda, como lo demuestra el caso de
Diego de Maldonado (Stern 1986:66-68).
En
esta cultura del don podemos encontrar las influencias del concepto
aristotélico de la amistad, la cual se basa en el ideal de que es ésta la que
origina y sustenta los vínculos políticos más duraderos y eficientes. También
podemos reconocer la teoría de los favores de Séneca, los cuales servían para
dar cohesión a las sociedades humanas. Son principalmente estas dos teorías las
que se usarán en los tratados sobre la
liberalidad del rey, a manos de pensadores como Juan de Santa María, Juan
Pablo Mártir Rizo, Pedro de Rivadeneira, Juan Márquez, entre otros. Estos pensadores
están dentro del renacimiento europeo, por lo que es comprensible que teoricen parafraseando
a clásicos griegos y/o romanos.
En
conclusión, esta cultura del don y la liberalidad funcionó no solo como un
modelo de cohesión para la monarquía española de los primeros tiempos de la
conquista y para la legitimización de una jerarquía impuesta, sino que también
fue un completo juego político (Cañeque
2005:41), con el cual las élites españolas pudieron desplazar poco a poco a las
viejas elites descendientes de conquistadores, para así introducir a sus
allegados y armar una red de clientelaje regional, la cual debía tener un límite
y no rozar los intereses de la Corona. Es esta cultura la que caracteriza a la
sociedad de la época. El regalo no solo como una forma de presentación, sino
como la búsqueda de una relación de obligaciones recíprocas, una lógica del
favor, la cual organiza desde las relaciones privadas más particulares hasta a
la misma sociedad colonial en todos sus campos.
Notas:
[1] “[…] toda la iniquidad, toda la injusticia, toda
la violencia é tiranía que los Cristianos han hecho en las Indias, porque del
todo han perdido todo temor á Dios y al Rey e se han olvidado de sí mesmos,
porque son tantos y tales los estragos e crueldades, matanzas, destruiciones,
despoblaciones, robos, violencias é tiranías, y en tantos y tales Reinos de la
gran Tierra Firme, que todas las cosas que hemos dicho son nada en comparación
de las que se hicieron” (Las Casas 1818:44-45).
[2] “El encomendero lo temen porque es león,
cogiendo no le perdona con aquellas uñas, y ser más bravo animal, no le perdona
al pobre y no le agradece como feroz animal en este reino, y no hay remedio”
(Poma de Ayala 1980:121).
Referencias:
Cañeque, A.
2005 “De
parientes, criados y gracias. Cultura del don y poder en el México colonial
(siglos XVI-XVII)”. En Histórica,
Lima, vol. 29, N° 1. pp. 7-42.
Lockhart, J.
1992 América Latina en la
Edad moderna. Una historia de América española y el Brasil coloniales. Madrid:
Ediciones Akal.
Guamán Poma, F.
1980
[1615] Nueva Corónica y Buen Gobierno. Prólogo de Franklin Pease. Caracas:
Biblioteca Ayacucho.
Las Casas, B.
1818
[1552] Brevísima relación de la destrucción de las indias. Santafé de
Bogotá: Imprenta del Estado por el C. José María Ríos.
Brading, D.
1991 Orbe indiano. De la
monarquía católica a la república criolla (1492-1867). México: Fondo de
Cultura Económica.
Stern, S.
1982 Los pueblos indígenas
del Perú y el desafío de la conquista española. Huamanga hasta 1640. Madrid:
Alianza Editorial.
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