Páginas

22 dic 2014

La Cultura del Don en la colonia


Por Jair A. Miranda Tamayo
Resumen:
La cultura del don es uno de los mecanismos más importantes de la Corona española del siglo XVI y XVII para dar cohesión a la monarquía y legitimar la jerarquía impuesta en el Nuevo Mundo. El presente apunte tratará de mostrar de un modo general cómo es que a través de la dádiva al súbdito se observa la formación de relaciones recíprocas, clientelares y patrimoniales.
Palabras claves:
Don, liberalidad, Corona Española, poder.


L
 a liberalidad, la lógica del favor y la cultura del don son tal vez los mecanismos más importantes de la Corona española del siglo XVI y XVII para dar cohesión a la monarquía y legitimar la jerarquía impuesta en el Nuevo Mundo. Dichos mecanismos son eficientes durante estos primeros siglos, caracterizados por una debilidad institucional, redes de parentesco en el poder, patronazgo, corrupción, conflictos, violencia política, etc.
“El gobernante (ya fuera un monarca o uno de sus virreyes) debía ser liberal”, esto era algo con lo que todos los tratadistas de la época estaban de acuerdo (Cañeque 2005:9). Es decir, ser dadivoso, dar favores, sean mercancías o cargos públicos. El obsequio dado al súbdito genera un sentimiento de obligación moral, de agradecimiento,  lo cual puede asegurar su lealtad.
Es una relación mutua: tanto el súbdito como el dadivoso tienen obligaciones hacia el otro. El compromiso del súbdito es ser leal y eficiente, mientras que la autoridad debe proteger a su súbdito, recompensarlo constantemente, es decir, renovar los lazos recíprocos constantemente. Esto es propio de un modelo feudal y patriarcal traído desde España al Nuevo Mundo. Este patriarcalismo era un principio según el cual cualquier grupo, familia o agregado humano conformaba una jerarquía que iba desde los más humildes o más jóvenes hasta una figura principal bajo cuya protección y dominio se colocaban y que era la fuente de todo logro (Lockhart 1992:15). De este modo, las relaciones de poder se forman bajo regímenes patriarcalistas, lo que conllevaba a las relaciones de parentesco y clientelaje que veremos más adelante.
“El rey se convirtió así en el gran patrón de los súbditos” (Cañeque 2005:11).  Pero el constante crecimiento del poder regional de algunos virreyes o autoridades en el Nuevo Mundo, junto con el poco control institucional y la ineficiente vigilancia real de los primeros años, generó que poco a poco el virrey sea el gran patrón de los súbditos, beneficiando a sus allegados dentro de relaciones de parentesco o de clientelaje, otorgando cargos públicos, concesiones de corregimientos o alcaldías.
Las actividades de corrupción caracterizaban a dicho sistema de gobierno. Pero el ejercicio del patronazgo y la existencia de redes clientelares de parentesco no deben verse como una actividad generalizada en América Latina, sino como una actividad legítima en una sociedad muy diferente a la actual (Cañeque 2005:21). Incluso, en la misma España, “pervivían tradiciones de favoritismo, nepotismo y patrimonialización de los oficios, incluso en los tribunales” (Lockhart 1992:19).
Esta situación, junto con las denuncias de corrupción y abusos a los naturales por parte de la autoridades, como bien describe un temprano Bartolomé de las Casas[1] o un posterior Guamán Poma de Ayala[2], ayudó a que la Corona comience a tomar medidas, como la Real Cédula de 1619, que buscaba poner orden en la distribución de oficios. Los abusos se cometían sobre todo porque los virreyes nombraban para los puestos más importantes a sus parientes en vez de escoger personas de experiencia, celo y cristiandad. Incluso, arrimaban a los descendientes de conquistadores para poner en primer plano a sus “clientes”.
Con estas medidas, la Corona se encargaba de elegir algunos de los principales cargos. Esto repercutía negativamente en el poder de los virreyes, quienes quedarían despojados de su cultura del don, autoridad y respeto. Por esta razón, la Corona no pudo quitarles la capacidad completa de elegir a los funcionarios de los cargos, ya que es imprescindible que los virreyes tengan autoridad y sean respetados para una óptima administración. Aun así, serán varias las veces que la Corona hará recordar la Real Cédula de 1619, cuando ésta sienta que sus intereses están en juego.
Esta cultura del don y sus implicancias no tienen como base leyes escritas, sino la amistad, el amor, el deber, el honor (si no devolvías eras mal considerado), la cristiandad (si no devolvías eras un pecador). Esto es propio de la poca institucionalización ya mencionada durante los primeros años de la Colonia, donde las instituciones, además de ineficientes, estaban encarnadas en personas. La ley o la justicia estaban representadas por individuos. Incluso, este sistema del don es mucho más efectivo que la violencia coercitiva en dicha época. “El gobierno por medio de relaciones clientelares y de patronazgo es típico de estados con un nivel de centralización incompleto, como lo era la monarquía hispana de los siglos XVI y XVII” (Cañeque 2005:30). En el caso del Perú, esta situación es notable durante los primeros años de la Colonia, con las guerras de los encomenderos, sublevaciones ante las Nuevas Leyes de 1542, etc. Recién con el virrey Toledo puede haber un proceso de transformación o reconstrucción duraderos (hasta las reformas borbónicas) de todo el orden político y social del país (Brading 1991:152).
Pero esta cultura del don no es exclusiva de la España moderna que irrumpió en el Nuevo Mundo a finales del siglo XV. En el caso de los incas, por ejemplo, el sapa inca otorgaba a los generales más destacados dádivas que podían ir desde finas telas hasta bellas acllas, adentrándolos en una relación recíproca de obligaciones, obediencia y lealtad. Los mitayos también recibían regalos (alimentos, ropas). Además, durante las pláticas políticas entre el curaca y el inca, el regalo simbolizaba la búsqueda de alianzas. Llegada la conquista española, esto puede haber sido decisivo durante la actividad de acoger mano de obra nativa por parte de los españoles dentro de los regímenes de encomiendas. Por ejemplo, una relación recíproca entre encomendero y curaca pudo dar al primero un status legítimo sobre su encomienda, como lo demuestra el caso de Diego de Maldonado (Stern 1986:66-68).
En esta cultura del don podemos encontrar las influencias del concepto aristotélico de la amistad, la cual se basa en el ideal de que es ésta la que origina y sustenta los vínculos políticos más duraderos y eficientes. También podemos reconocer la teoría de los favores de Séneca, los cuales servían para dar cohesión a las sociedades humanas. Son principalmente estas dos teorías las que se usarán en los tratados sobre la liberalidad del rey, a manos de pensadores como Juan de Santa María, Juan Pablo Mártir Rizo, Pedro de Rivadeneira, Juan Márquez, entre otros. Estos pensadores están dentro del renacimiento europeo, por lo que es comprensible que teoricen parafraseando a clásicos griegos y/o romanos.
En conclusión, esta cultura del don y la liberalidad funcionó no solo como un modelo de cohesión para la monarquía española de los primeros tiempos de la conquista y para la legitimización de una jerarquía impuesta, sino que también fue un completo juego político (Cañeque 2005:41), con el cual las élites españolas pudieron desplazar poco a poco a las viejas elites descendientes de conquistadores, para así introducir a sus allegados y armar una red de clientelaje regional, la cual debía tener un límite y no rozar los intereses de la Corona. Es esta cultura la que caracteriza a la sociedad de la época. El regalo no solo como una forma de presentación, sino como la búsqueda de una relación de obligaciones recíprocas, una lógica del favor, la cual organiza desde las relaciones privadas más particulares hasta a la misma sociedad colonial en todos sus campos.

Notas:
[1] “[…] toda la iniquidad, toda la injusticia, toda la violencia é tiranía que los Cristianos han hecho en las Indias, porque del todo han perdido todo temor á Dios y al Rey e se han olvidado de sí mesmos, porque son tantos y tales los estragos e crueldades, matanzas, destruiciones, despoblaciones, robos, violencias é tiranías, y en tantos y tales Reinos de la gran Tierra Firme, que todas las cosas que hemos dicho son nada en comparación de las que se hicieron” (Las Casas 1818:44-45).
[2] “El encomendero lo temen porque es león, cogiendo no le perdona con aquellas uñas, y ser más bravo animal, no le perdona al pobre y no le agradece como feroz animal en este reino, y no hay remedio” (Poma de Ayala 1980:121).

Referencias:
Cañeque, A.
2005                “De parientes, criados y gracias. Cultura del don y poder en el México colonial (siglos XVI-XVII)”. En Histórica, Lima, vol. 29, N° 1. pp. 7-42.
Lockhart, J.
1992            América Latina en la Edad moderna. Una historia de América española y el Brasil coloniales. Madrid: Ediciones Akal.
Guamán Poma, F.
1980 [1615]  Nueva Corónica y Buen Gobierno. Prólogo de Franklin Pease. Caracas: Biblioteca  Ayacucho.
Las Casas, B.
1818 [1552]   Brevísima relación de la destrucción de las indias. Santafé de Bogotá: Imprenta del    Estado por el C. José María Ríos.
Brading, D.
1991           Orbe indiano. De la monarquía católica a la república criolla (1492-1867). México:   Fondo de Cultura Económica.
Stern, S.
1982                Los pueblos indígenas del Perú y el desafío de la conquista española. Huamanga hasta 1640. Madrid: Alianza Editorial.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario